¿Todos podemos hacer música? Cómo evitar que su práctica sea elitista
Una aproximación democrática y no excluyente a la práctica musical supone asumir que no todos seremos artistas, pero todos podemos hacer música.
Resultaría sorprendente, extraño e incluso ridículo que alguna persona manifestase no atreverse a montar en bicicleta por la mera existencia de Miguel Indurain.
Efectivamente, en el deporte y de forma general, la excelencia o las prácticas de élite no suponen ninguna barrera a la participación. Sin embargo, en el caso de las artes en general y la música especialmente, suele ser habitual la autoexclusión debida a ese motivo.
En nuestra sociedad occidental, salvo excepciones, sólo algunos de aquellos que han tenido una formación específica continua y que poseen determinadas habilidades y competencias son considerados músicos, quedando el resto de población relegada a un papel pasivo de espectador o consumidor.
El concepto de artista
Las causas de esta brecha son de muy diverso origen y naturaleza: por un lado, la elección de un modelo musical basado en la complejidad estructural, así como ciertas herencias socioculturales del romanticismo vinculadas al concepto de artista, o la intolerancia al error, frente a modelos de excelencia, o como resultado de la perfección habitual en la música grabada.
Todo ello ha contribuido a considerar la música como un producto artístico complejo, inaccesible, sofisticado y al alcance de solo unos pocos.
Estamos pues frente a una paradoja por la cual uno de los productos con mayor calado social y cultural, como es la música, se relega a poder ser practicada activamente sólo por unas minorías, quedando la mayoría de la ciudadanía excluida.
Importancia de acceder a la música
Paralelamente, corrientes contemporáneas apuestan cada vez con mayor fuerza por la accesibilidad universal en todos los ámbitos. Muestra de ello son los Objetivos para el Desarrollo Sostenible de la Agenda para 2030 de Naciones Unidas, en los cuáles el concepto de inclusión, acceso universal, participación ciudadana y equidad vertebran transversalmente el redactado de sus 17 objetivos.
Así pues, parece que ha llegado el momento de plantear propuestas que, enfocadas en esta dirección, apuesten por facilitar un acceso sin limitaciones de ningún tipo a la práctica musical.
Música para todos
Llegados a este punto conviene preguntarnos sobre la necesidad e incluso el sentido de posibles vías de acceso de la praxis musical: ¿tiene sentido dar acceso a la práctica musical de forma universal? ¿Por qué y para qué acercar la música a la ciudadanía, si perderemos, en este proceso, excelencia y calidad?
Sin entrar a valorar el peso específico que pueden tener determinadas concepciones sobre el rol de la música para cada contexto cultural, convendremos en que hay varios ámbitos donde este tipo de aproximación tiene un sentido innegable.
Entornos o marcos de actuación como los educativos, sociosanitarios, ocupacionales, comunitarios y de investigación basada en las artes, solo por citar algunos ejemplos, pueden verse enormemente beneficiados por enfoques facilitadores y accesibles en el campo de la música y por extensión de las artes.
Oportunidad no excluyente
En cualquier caso, no se trata de elegir un enfoque frente al otro, sino más bien ante una oportunidad para ofrecer bienestar con un enfoque de servicio a la sociedad que en ningún caso excluye el statu quo de la música profesionalizada y todas sus circunstancias.
Con enfoques y propósitos claramente inclusivos, pero no inclusores (la idea general parte de que nadie deje de hacer música porque no se sienta capaz), y fruto de diversas investigaciones y experiencias, proponemos cuatro posibles aproximaciones a la accesibilidad musical que no son excluyentes sino más bien complementarias y que apuntamos seguidamente:
1. Aproximación On-gaku
El enfoque más abierto posible pasa por considerar cualquier manifestación sonora, incluso el silencio, como música, a partir de una visión cercana a las músicas de vanguardia, música concreta o música estocástica, que posibilitaría entornos musicales más liberados de estructuras formales.
En este sentido, desacotando los límites de lo que consideramos música, nos permitiría aceptar como musicales determinadas interpretaciones colectivas de carácter menos estructurado o menos condicionado por elementos. Si todo es música, todo el mundo puede hacerla.
2. Aproximación de las estructuras
Esta vía propone, en la misma dirección de algunas tradiciones culturales no occidentales, simplificar las estructuras musicales o bien utilizar aquellas estructuras que, por su naturaleza formal, se organizan en elementos simples o de estructura celular, como los ostinatos o la fractalidad del Gamelán Balinés.
3. Aproximación de los generadores de sonido
Pese a que cada instrumento musical posee sus dificultades idiomáticas específicas, la elección de dichos instrumentos musicales puede facilitar la ejecución en términos de acceso, posición, precisión, afinación y disposición. En ese sentido, resulta mucho más simple tocar un teclado, por ejemplo, que un contrafagot, o cantar que tocar el violín. Por lo tanto, la elección del instrumento condiciona la accesibilidad para hacer música con él.
También el uso de la tecnología permite opciones muy interesantes en cuanto a generación de sonidos.
4. Aproximación del diseño universal
Finalmente, la aplicación de los principios de accesibilidad en el campo de la música facilita la eliminación de barreras y permite abordar todo tipo de repertorios (nótese que las opciones anteriores suponen restricciones en cuanto al tipo de musicas que pueden interpretarse).
La aplicación de estos principios se basa en ofrecer amplias opciones para garantizar la equidad, flexibilidad, adaptabilidad, perceptibilidad de la información y tolerancia al error, sobre todo.
La postura del facilitador
Estos cuatro enfoques garantizan un acceso más universal a la práctica musical, tanto vocal cómo instrumental. No obstante, el factor más determinante en actividades musicales inclusivas, sin lugar a duda, va más allá de cuestiones técnicas y enfoques y tiene que ver con el posicionamiento ético del facilitador.
Sin un fuerte sentimiento de servicio, sin buen sentido del humor, sin olvidar que las personas están por encima de la música y sin una buena dosis de paciencia, sin poder dejar de sacralizar el arte, los resultados no serán satisfactorios ni para los participantes ni para el público.
Lluís Solé Salas, Profesor de didáctica de la música. Especializacion: Acesibilidad musical, Arts-based research, Creatividad, Universitat de Vic – Universitat Central de Catalunya
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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