La generosidad
Por Omar G. Villegas | Crónicas clasemedieras |
Alguna tarde antes de la Navidad de 2015 me subí al metro para cruzar la Ciudad de México de regreso a casa del trabajo. Como suelo hacerlo, me recargué en un tubo y comencé a leer un libro cualquiera en un acto de escape más que de gozo. No sé cuántas estaciones pasaron antes de que descubriera frente a mí a una mujer que llamó mi atención. La de todos.
Tenía un aspecto desaliñado y una actitud más desparpajada que un pirata. Su edad era indescifrable. Parecía una mujer madura, aunque es viable que se tratara de una joven azotada por más de una catástrofe personal. Tenía la mirada peregrina de quien ausculta todo sin mirar. Devoraba con la boca abierta un pan. En una mano sostenía con fuerza una bolsa de plástico sucia.
La observé unos segundos y después volví a sumergirme en mi autismo de lector hipócrita. Mientas repasaba párrafos nomás porque sí, ella se acercó a mí y dejó caer sobre las páginas una bolsa de dulces. La reacción instantánea, como la de todos en la urbe cuando alguien nos ofrece lo que sea, fue rechazarla con el protocolario “no, gracias”.
Ella no hizo caso. Agarré la bolsa de dulces para evitar que cayera al piso y esperé un momento a que me pidiera dinero para negárselo y devolverle sus dulces. Sin embargo, la mujer husmeó en su bolsa y sacó un mugriento paquetito que también me entregó en silencio. Entonces yo ya era presa de un taimado desconcierto y todos me veían con ese gesto de “qué bueno que no me está pasando a mí”.
La mujer se replegó a su sitio y luego hizo como se preparaba para bajar del vagón. Yo traté de sonreír y le dije con voz apocada que lo que me había dado era suyo, que lo tomara. La chica negó con la cabeza. No hablaba, sólo balbuceaba. Yo seguí con las bolsitas en las manos sin saber qué hacer. Cuando la chica descendió, justo cuando se desvanecería, me descubrí pensando que debí haberle agradecido.
Las puertas del metro se cerraron y de reojo vi que ella se fue a parar sola y sin objetivo aparente junto a un anuncio publicitario. Seguí mi camino. La gente alrededor me observaba con las dos bolsitas mugrosas en las manos. Era evidente su morbosa expectativa de que las abriera. No lo hice.
Me quedé recriminándome: debí haberle dado las gracias. Al llegar a mi destino caminé a la salida de la estación rumbo a casa y, con un retardo aún más dramático, reparé en que aquella chica solitaria, muda y evidentemente confundida había salido por un momento de su profunda introspección para darme, sin pedir nada a cambio, algunas de sus poquitas pertenencias. Incluso me había esbozado una sonrisa chueca. La imaginé saboreando unos dulces que quizá mendigó y que nunca probó porque me los dio. Yo mismo nunca supe a qué sabían ni qué contenía la otra bolsita que me dio.
No hay moraleja, sólo la confirmación de que la generosidad sí puede provenir de quien menos lo esperas y que a pesar de que uno la enaltezca, no siempre es capaz de comprenderla y menos de agradecerla. La buena noticia es que, contrario a lo que pregonan los pesimistas incendiarios, aquella sí existe pero no es tan frívolamente hermosa e inocua como nos la han pintado. La generosidad es transgresora. Confronta. Y la “cordura” no es por sí misma una virtud.
Omar G. Villegas | Twitter: @omargvillegas |
Omar G. Villegas (Ciudad de México, 1979). Periodista. Ha ejercido el periodismo cultural y de espectáculos en los diarios Reforma, El Universal, La Crónica de Hoy, El Día y, actualmente, en la cadena Tv Azteca, donde también es guionista. Ha colaborado en revistas como ¡Quién! y DEEP, y en el portal The Huffington Post. Ha publicado narrativa breve en su blog Memorias Consustanciales y ensayos en revistas electrónicas especializadas de México, España y Suramérica como Imágenes del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM. Es profesor de Periodismo en la Universidad Iberoamericana. Autor del libro de relatos breves “El jardín de los delirios” (Textofilia, 2012). Egresado de periodismo de la UNAM. Estudió la maestría en Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Salamanca, España, con beca de la Fundación Carolina, y la maestría en Historia del Arte en la UNAM.
Foto: Metro de CDMX / Shutterstock
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