Japón ya no es un lugar seguro
Para colmo de males, el desastre nuclear de Japón tiene lugar en una isla. En estos momentos de pánico por la nube radiactiva que se ha fugado de la central nuclear de Fukushima 1, el archipiélago nipón es una ratonera. De Japón sólo se puede salir en avión o barco y los extranjeros residentes en el país se han dirigido en masa a los aeropuertos de las principales ciudades, Tokio y Osaka.
Mientras Francia y Alemania han recomendado a sus nacionales salir de Japón y Estados Unidos aconseja no viajar a Tokio, España sigue deshojando la margarita de la repatriación. «Si fuera necesario, el Gobierno estaría dispuesto a enviar un avión en coordinación con la Unión Europea», anunció ayer en Damasco la ministra de Exteriores y Cooperación, Trinidad Jiménez. Según informa Luis Ayllón, de momento no se ha planteado esa posibilidad porque «los aeropuertos funcionan normalmente» en todo el país salvo en Sendai, desde donde han podido salir seis españoles.
Acompañado de Gorka Fiel, que estudia Telecomunicaciones en la Universidad del País Vasco y cursa un año de intercambio, Ricardo Duyos se queja de la pasividad de la Embajada española, que «no se ha puesto en contacto con nosotros hasta que se ha empezado a evacuar a los ciudadanos chinos e indonesios». La Embajada española en Tokio tiene registrados a 1.969 nacionales, la mitad en Tokio y, de momento, no hay constancia de que ninguno de ellos haya sido víctima del terremoto y posterior tsunami.
China, los primeros
Ante el temor de que el Gobierno japonés esté ocultando la verdadera magnitud del escape radiactivo, algunas legaciones diplomáticas han empezado a repatriar a sus ciudadanos. La primera ha sido la china, que ha organizado una evacuación en masa en las prefecturas más afectadas por la catástrofe: Fukushima, Ibaraki, Iwate y Miyagi. En total, en ellas residen más de 22.000 chinos, la mayoría de los cuales dirigen pequeñas fábricas y comercios. Para devolverlos a su país, utilizarán grandes aviones de la aerolínea China Southern, con capacidad para 272 pasajeros, que volarán desde Tokio hasta Shenyang.
En una sorprendente mudanza diplomática, Austria trasladará su Embajada de Tokio a Osaka por los problemas de la radiación. Y Canadá también ha aconsejado a sus ciudadanos que se mantengan alejados de la central de Fukushima y eviten viajes no esenciales a Tokio y a las provincias costeras del noreste. De una de ellas, Miyagi, ya están siendo evacuados los estudiantes alemanes, belgas y tunecinos. «Desesperado, un alumno peruano se ha ido de noche a Tokio haciendo autostop», revela Duyos.
Mientras tanto, la ansiedad se ha disparado en la capital nipona a medida que se acercaba la nube tóxica, que ha elevado los niveles de radiación hasta límites muy superiores a los tolerables para la salud. Presos del pánico, los tokiotas han invadido las tiendas para hacer acopio de víveres, agua, mantas, sacos de dormir, linternas, velas y máscaras. Todo lo que sirva para paliar la radiación nuclear y pasar una buena temporada encerrado sin salir de casa. Precisamente, eso es lo que tendrían que hacer en caso de que un escape radiactivo a gran escala, desatado por una explosión en los núcleos de los reactores de Fukushima, originara una nube tóxica como la de Chernóbil, que se extendió desde Ucrania hasta el norte y centro de Europa en 1986.
Con una paciencia sólo posible en Asia y un estoicismo labrado a base de años de disciplina y autocontrol, los japoneses están dando muestras de un civismo ejemplar mientras su país se hunde en un cataclismo atómico. Los más afortunados podrán escapar de Japón en aviones o barcos, pero la inmensa mayoría tendrá que permanecer en el archipiélago. «No importa adónde vayamos, Japón ya no es un lugar seguro», se resigna a la forma más oriental Emi Tahekiko, quien a sus 50 años regenta una tienda de quesos y vino frente a las sedes del Gobierno en el centro de Sendai.
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