Crónicas clasemedieras: ‘Fe y violencia’ por Omar G. Villegas
Por Omar G. Villegas |
El fundamentalismo religioso salta a los titulares diariamente bañado de sangre. Ello da para pensar en el ejercicio de la fe como uno de los motores de la cotidianidad y de lo extraordinario. Como aglutinante de una colectividad y, al mismo tiempo, como repelente de la otredad que alcanza niveles de violencia tales como guerras, atentados, asesinatos, discriminación.
Después de merodear el asunto sólo tengo unos apuntes que deseo no pequen de simplistas o evidentes, pero que embonan con dinámicas de intolerancia, exhibicionismo y prejuicio que detecto en la actualidad, sobre todo, en espacios como las redes sociales. El asunto es que navegan ocultos de anonimato o vestidos de una falsa superioridad intelectual.
En principio asumo que la fe es un asunto personal. Introspectiva en su estadio más esencial. Privada en la mayoría de las veces cuando las personas oran en silencio o lanzan una petición o agradecimiento en medio de alguna adversidad.
Sin embargo, en estos días de hiperexposición la fe se exhibe como el cuerpo. La privacidad se ha desvanecido no por la mera posibilidad de mostrar la vida cotidiana, sino porque se ha caído en la tentación de hacerlo sin reparos. Ni la alegría ni la fe son más experiencias que se sienten y viven en el interior primero. Antes se proyectan y, quizá después, se paladean.
Ahora bien, cuando se quiere compartir públicamente la fe hay espacios para ello: iglesias, sinagogas, templos, donde en apariencia convives en paz con gente con creencias semejantes. El equilibrio se rompe cuando arrasa el afán de ostentar la fe e imponerla en un acto narcisista, egoísta, de querer que los demás sean como uno: un reflejo.
Esta ansia de imperar en sociedades cada vez más complejas genera tensiones. Trastoca la convivencia. Sobre todo en las urbes donde las fronteras entre creencias se entremezclan: devienen porosas. Entre los extremos, creyentes y ateos, hay distintas expresiones de fe que cambian y están vinculadas con la edad, el género, la educación escolar, el contexto familiar o hasta la orientación sexual.
La ortodoxia, el dogmatismo que le ha permitido a las religiones sobrevivir milenios, se ha puesto a prueba porque nada es bueno o malo per se. Porque la fe tiene un toque personal y, en ese sentido, existen cuantas percepciones de esta como personas. Porque los excesos y atropellos de las religiones se han destapado.
En este panorama han surgido toques de empatía como los que tiene el Papa Francisco hacia grupos señalados por la iglesia católica como los gays o los divorciados. No obstante, estas expresiones no suelen ser la regla. Paradójicamente entre mayor multiculturalidad, los extremos parece que se alejan. Se tensan. Los fanáticos derrochan violencia, los ateos rechazan, los fieles callan. Y entre estos grupos emerge la ruptura porque se quiere imponer, subyugar, juzgar.
La fe como ejercicio personal, como creencia compartida en paz, abrazada con distancia crítica y conocimiento, proyectada en la alteridad como bondad, en convivencia con otras formas de practicarla contribuiría a construir la inclusión, un desafío que aún se percibe distante. Muy lejano.
Omar G. Villegas | Twitter: @omargvillegas |
Omar G. Villegas (Ciudad de México, 1979). Periodista. Ha ejercido el periodismo cultural y de espectáculos en los diarios Reforma, El Universal, La Crónica de Hoy, El Día y, actualmente, en la cadena Tv Azteca, donde también es guionista. Ha colaborado en revistas como ¡Quién! y DEEP, y en el portal The Huffington Post. Ha publicado narrativa breve en su blog Memorias Consustanciales y ensayos en revistas electrónicas especializadas de México, España y Suramérica como Imágenes del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM. Es profesor de Periodismo en la Universidad Iberoamericana. Autor del libro de relatos breves “El jardín de los delirios” (Textofilia, 2012). Egresado de periodismo de la UNAM. Estudió la maestría en Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Salamanca, España, con beca de la Fundación Carolina, y la maestría en Historia del Arte en la UNAM.
Foto: Fe Shutterstock
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