Covid persistente: cuatro preguntas (todavía) sin respuesta
Aún son muchas las incógnitas que se ciernen sobre las causas y la incidencia de la covid persistente, lo que afecta a la obtención de tratamientos personalizados y eficaces.
La covid persistente forma un mosaico de incógnitas que precisan una respuesta urgente. Aunque en los últimos dos años hemos aprendido mucho sobre esta enfermedad –sobre sus causas, su incidencia, los biomarcadores que nos avisan de su presencia y los potenciales tratamientos– quedan aún muchos problemas por solucionar.
1. ¿Cuántas personas la padecen?
Semanas o meses después de sufrir una infección por SARS-CoV-2, los síntomas pueden regresar; o quizás nunca desaparecieron y se han atenuado o agravado. Algunas personas padecen trastornos cardíacos, renales, hepáticos o nerviosos duraderos después de pasar la dolencia. Este vaivén de patologías sin tratamiento específico nos hace enfrentarnos a un problema real llamado covid persistente.
El caso es que desconocemos su prevalencia exacta porque la amplia gama de síntomas se superpone con muchas otras afecciones. Además, no existen pruebas de diagnóstico definitivas ni clasificatorias.
En uno de los primeros metaanálisis publicados, nuestro equipo recopiló los 50 síntomas principales de los pacientes con covid prolongada registrados en 2020. 8 de cada 10 adultos infectados padecían por lo menos uno de esos síntomas meses después. Un estudio más actual en los Países Bajos indica que 1 de cada 8 personas desarrollaron alguna afección en comparación con grupos de control.
Hay que precisar que estamos hablando de dos tipos de pacientes. Si los afectados tuvieron una infección severa y fueron hospitalizados, la covid persistente se manifestó aproximadamente en la mitad de los casos. El segundo grupo incluye a personas con infecciones leves o asintomáticas, que desarrollan síntomas dentro de los tres meses posteriores a la infección.
La lista de alteraciones incluía fatiga crónica, dolores torácicos, dificultad para respirar, dolor muscular, dolores de cabeza y un amplio abanico de manifestaciones neurológicas. En total, se han asociado más de 200 síntomas con la covid persistente, y ciertos factores, como la vacunación o el tipo de variante de SARS-CoV-2 que causó la infección, pueden determinar su impacto.
Por ejemplo, todavía es una incógnita la prevalencia de la enfermedad prolongada en las personas infectadas con la subvariante de ómicron BA.5 y previamente vacunadas con las dosis de refuerzo. De cualquier forma, la intensidad y la duración de sus síntomas probablemente sean menores.
2. ¿Por qué se produce?
El origen del puzle de síntomas que caracterizan la covid persistente puede ir desde la desregulación del sistema inmunológico hasta alteraciones en el sistema nervioso autónomo que causan disfunción inmunitaria o disautonomía; es decir, una alteración de las funciones fisiológicas involuntarias: el pulso, la respiración y la temperatura corporal. Puede causar mareos, fatiga, desmayos y otros problemas.
Algunas hipótesis apuntan a una inflamación crónica desencadenada por una respuesta exagerada del sistema inmune después de la infección, que se prolonga gracias a los reservorios del virus que el organismo no ha podido eliminar por completo. Esta sobreactuación también puede generar coágulos de sangre.
Otra teoría se centra en la autoinmunidad y la acción de los autoanticuerpos –anticuerpos que atacan a nuestros tejidos– generados tras la infección. Tal vez ambas causas coexistan, e incluso haya muchas más, lo cual dificulta la búsqueda de un único tratamiento que abarque todas las dianas.
También son necesarios estudios que evalúen otros factores, como las variantes asociadas a la enfermedad, los síntomas que ya padecía el paciente antes de la infección y se agravan, el peso de la vacunación y el hecho de que los grupos de control en las investigaciones sean apropiados.
3. ¿Puede diagnosticarse con precisión?
Aunque se reconoce ampliamente la existencia de la covid persistente, varían los criterios para declararla y diferentes autoridades médicas admiten una diversidad de síntomas y niveles de gravedad. Para confirmar el diagnóstico cuanto antes es muy importante dar con un perfil que pueda definir la enfermedad y dirigir los tratamientos.
Normalmente, los diagnósticos clínicos se basan en análisis de sangre que tratan de establecer un perfil patológico individualizado. En cualquier caso, un requisito es una prueba de haber pasado la covid en el historial clínico. Lamentablemente, las instituciones dejan a los pacientes la responsabilidad de demostrarlo para poder acceder a servicios médicos o sociales.
Pero no todo tiene que depender de la prueba de infección inicial. Un estudio reciente ha identificado patrones de medición objetivos que permiten diagnosticar la covid persistente con un 94 % de acierto. Los indicadores incluyen la reactivación del virus del herpes y la existencia de diversos anticuerpos, autoanticuerpos y marcadores celulares e inmunitarios.
También avisaría de su presencia una disminución de los niveles de cortisol, producido por la glándula suprarrenal en respuesta al estrés, y de la hormona adrenocorticotrópica, secretada por la glándula pituitaria, lo cual indicaría que la raíz del problema está en el cerebro. Esto pone de relieve la disfunción del llamado eje hipotálamo-pituitario-suprarrenal, que podría ligarse a la fatiga, al aumento de la frecuencia cardíaca o a los mareos.
4. ¿Cuándo dispondremos de tratamientos personalizados?
A día de hoy no se ha aprobado ningún fármaco para tratar la covid persistente, por lo que los médicos recurren a paliar síntoma a síntoma. En algunas ocasiones, y debido a la desesperación por eliminar los síntomas, los pacientes se administran a sí mismos terapias que no han sido validadas.
En este sentido, es crucial investigar en profundidad por qué algunas personas presentan síntomas prolongados y otras no. Podemos encontrar factores genéticos u hormonales, o quizá influya el estado y la composición de la microbiota intestinal, el conjunto de microorganismos que habitan nuestro sistema digestivo. Predecir quién sufrirá esos síntomas y dar con las causas nos acercará a disponer de un tratamiento efectivo.
Actualmente, las estrategias terapéuticas apuntan a controlar los síntomas, especialmente los neurológicos o los que afectan al sistema cardiovascular. De momento se continúa experimentando con terapias de rehabilitación o con cócteles de fármacos como esteroides, antiinflamatorios, antivirales, anticoagulantes, suplementos dietéticos o terapia celular. Sin embargo, su efectividad aún está por probar.
Aunque hay más de doscientos ensayos clínicos en curso investigando tratamientos contra la covid persistente, hacen falta más ensayos aleatorios. La mayoría de los casos requieren una terapia combinada, y debemos considerar cómo se puede utilizar este armamento farmacológico para obtener el máximo efecto. Es probable que esto implique combinar medicamentos antivirales e inmunomoduladores (para mejorar la respuesta inmunitaria).
Comprender mejor las causas de la covid persistente y averiguar cómo tratarla brinda una oportunidad para aprender sobre la enfermedad que exige un esfuerzo coordinado y a nivel internacional. La financiación pública y privada suponen un apoyo fundamental, pero sigue sin encontrarse una terapia eficaz frente a la creciente avalancha de pacientes. Se tendría que agilizar la investigación cuando los resultados sean alentadores.
A pesar de la relajación en las políticas de contención de la pandemia, debemos seguir protegiéndonos y mantener la cautela frente a la enfermedad. Por muy optimistas que sean nuestras proyecciones, la covid persistente es una realidad que puede causar morbilidad crónica y discapacidades a millones de personas, con gran impacto socioeconómico y en los sistemas de salud.
El reconocimiento, el diagnóstico y el acceso a la atención sanitaria son derechos de los pacientes. Hasta que no exista un mayor conocimiento de la enfermedad y tratamientos eficaces, lo mejor que podemos hacer es evitar infectarnos –o reinfectarnos– de covid.
Sonia Villapol, Assistant Professor, Houston Methodist Research Institute
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original. Portada: Lightspring / Shutterstock
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