¿Cómo cambia nuestro cerebro la práctica musical?
Rafael Román Caballero, Universidad de Granada y Juan Lupianez Castillo, Universidad de Granada
Dicen que Mick Jagger, el líder de los Rolling Stones, afirmó que merece la pena excederse con todo lo que merece la pena hacer («Anything worth doing is worth overdoing»). La música, que ha hecho tan célebres a los Rolling Stones, es una de las actividades que más han valorado y practicado las sociedades. Las canciones aparecen en los eventos sociales para expresar identidad de grupo, como en los himnos, y emociones, que se contagian o sirven de alivio.
Tocar un instrumento implica una gran cantidad de aprendizajes y demandas cognitivas (perceptivas, de atención, etc.). Por eso no es sorprendente que una práctica prolongada mejore las habilidades auditivas y rítmicas. También se asocia con un mayor tamaño de áreas cerebrales dedicadas a la percepción auditiva, somatosensorial y motora.
Un ejemplo de reorganización cerebral se observa en los pianistas, quienes utilizan ambas manos al tocar. En las personas diestras es habitual observar un mayor tamaño en la corteza motora izquierda (aquella que controla los movimientos de la mano derecha). Sin embargo, los pianistas muestran mayor simetría entre ambos hemisferios.
Asimismo, tocar durante años un mismo instrumento cambia la relación con su sonido. La respuesta de la corteza auditiva de un trompetista es mucho mayor para los sonidos de una trompeta que para los de un violín. Lo contrario ocurre para un violinista.
Música más allá de la música
El caso de la música no es aislado. Otras actividades que implican el perfeccionamiento de una habilidad tienen su huella en el cerebro. Los taxistas profesionales desarrollan un mayor tamaño del hipocampo posterior, un área del cerebro que se asocia con la navegación espacial. Y el entrenamiento en malabares produce cambios en el tamaño de zonas encargadas de procesar el movimiento.
En los últimos 30 años muchos estudios han observado que los beneficios de la música se extienden más allá de la audición y la motricidad. Tocar un instrumento mejora las capacidades mentales en general. Por ejemplo, la música promueve funciones como el razonamiento o la memoria.
Los cambios en estas otras habilidades son más modestos. Pero el simple hecho de que la práctica musical incremente el rendimiento en tareas de razonamiento o de memoria ha despertado el interés de la comunidad científica: ¿por qué afecta la práctica musical a capacidades que no son las directamente entrenadas?
La explicación más habitual ha sido que la práctica musical aumenta la capacidad cerebral y sus funciones. Así, al ser necesario atender o memorizar durante la práctica musical, esas funciones se potenciarían. Pero esta teoría no consigue explicar muchos de los resultados. ¿Qué otras teorías podrían ser viables?
Una actividad multisensorial
Al interpretar una obra musical, los movimientos de los dedos se convierten en sonidos. Y a menudo símbolos visuales como notas o tablaturas guían esos movimientos y sonidos. Por tanto, la interrelación auditivo–visual–motora es una de las características más genuinas de la música.
El cerebro de los músicos profesionales funciona de una forma multisensorial. Cuando escuchan obras que ya han interpretado, las áreas motoras de su cerebro se activan. Y a la inversa, mover los dedos como si estuvieran tocando una obra produce la activación de áreas auditivas.
De hecho, se ha demostrado que la audición acompañada con movimientos produce mayores cambios que entrenarla solo escuchando música. Una posibilidad es que los músicos, acostumbrados a una percepción rica en modalidades sensoriales, tiendan a aplicarla en otros contextos. Por ejemplo, se observa la activación de la corteza visual en los músicos cuando memorizan palabras que solo se han escuchado. Y lo que es más crítico: esta actividad adicional del cerebro se relaciona con recuerdos más nítidos.
Por tanto, podría ser que la práctica musical modifique la forma en la que representamos la realidad. Al igual que ocurre con la sinestesia, una percepción multisensorial potenciaría desde los recuerdos de los eventos hasta cómo los utilizamos para tomar decisiones y razonar.
Estrategias musicales no tan musicales
Una segunda posibilidad es que la práctica musical fomenta el desarrollo de nuevas estrategias mentales. Adoptando rutinas cognitivas más eficientes, los músicos podrían superar muchas de las dificultades de tocar un instrumento. Pero ¿y si aplicaran esas nuevas estrategias en otros contextos?
Este sería el caso del ritmo. Las complejas estructuras rítmicas que existen en la música y la importancia de tocar a tempo promueven estrategias rítmicas. Pero muchas otras actividades siguen secuencias repetitivas.
Una de ellas es el lenguaje, con estructuras de acentos y énfasis que ayudan al oyente a aprenderlo y extraer el significado. Las personas que se sincronizan mejor con la estructura rítmica de una lengua, entre las que se encuentran los músicos, la aprenden con mayor facilidad.
Recompensar el esfuerzo
Por último, debemos pensar que el cerebro tiende a estar adaptado al presente. Pero alcanzar objetivos a largo plazo, como dominar un instrumento, conlleva renunciar a ese equilibrio en el presente. Es decir, dejamos de hacer lo que nos apetece en busca de una mejor adaptación en el futuro. Esto se experimenta como un gran esfuerzo que, sea físico o mental, resulta aversivo. De ahí que intentemos no esforzarnos durante largos periodos de tiempo y optemos por actividades menos costosas.
Aunque todo esfuerzo bien aplicado conlleva su recompensa. Manejado adecuadamente, el esfuerzo nos permite conseguir mayores recompensas futuras. Así, como paradoja, los frutos de nuestro esfuerzo, sean un plato de comida o un mueble que hemos montado desde cero, adquieren mayor valor.
La práctica musical es una actividad muy reforzadora: la recompensa es intensa y anima a seguir esforzándose. Es posible que esas recompensas (la propia música, los aplausos, etc.) reviertan el valor negativo del esfuerzo de tocar. Más aún, podrían convertir el esfuerzo en algo positivo en todos los contextos.
De esta forma, la práctica musical podría promover el esfuerzo. Quizá los músicos no tengan una mejor capacidad de razonamiento y memoria. Pero aprendan a manejar el esfuerzo de forma exitosa, lo que les lleva a hacer un mejor uso de sus capacidades en distintos ámbitos de su vida.
Rafael Román Caballero, Investigador de la Facultad de Psicología de la Universidad de Granada / Centro de Investigación Mente, Cerebro y Comportamiento, Universidad de Granada y Juan Lupianez Castillo, Catedrático de Psicología Experimental y Neurociencia Cognitiva. Departamento de Psicología Experimental / Centro de Investigación Mente, Cerebro y Comportamiento, Universidad de Granada
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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