Marzo 30, 2019

Pardelas y petreles: unas aves marinas tan desconocidas como amenazadas

Pardelas y petreles: unas aves marinas tan desconocidas como amenazadas

Los petreles son un grupo de aves marinas que comprende 124 especies de tres familias pertenecientes al orden de los Procellariiformes: las pardelas, los paíños y los potoyuncos. No han evolucionado lo suficiente como para incubar los huevos en el océano y, por tanto, necesitan un sustrato firme para poner los huevos, incubarlos y criar sus pollos.

Según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, el 42% de ellas están catalogadas como amenazadas y más de la mitad de especies sufre declives poblacionales. Estos porcentajes son notablemente superiores a los observados para las aves en su conjunto.

Fortalezas en el mar, debilidades en tierra

La especialización conlleva costes. Si un médico se especializa en odontología, no podrá diagnosticar y operar una apendicitis, pese a ser graduado en medicina. Si un taller se especializa en cambiar ruedas, posiblemente no sea capaz de detectar los fallos electrónicos más simples de un coche.

La adaptación a la vida marina por parte de los petreles no es una excepción. Estas aves tienen una excelente capacidad de vuelo sobre el mar y pueden sumergirse más de 70 metros. Es decir, dominan el aire y el agua, gracias a cualidades como las siguientes:

 

    • Patas retrasadas en el cuerpo y membranas entre los dedos para propulsarse en el agua.

 

    • Glándulas para expulsar los excesos de sal del agua marina que beben.

 

    • Plumajes impermeables para conservar el calor corporal.

 

    • Alas largas y estrechas para poder aprovechar los vientos marinos y hacer viajes de alimentación de más de 1.000 kilómetros y migraciones transoceánicas.

 

    • Un excelente sentido del olfato que les permite localizar sus presas en un desierto marino y encontrar sus colonias cuando hacen viajes a alta mar.

 

Pero la tierra… eso es otro cantar. En tierra, estas aves son relativamente torpes. El hecho de tener las patas retrasadas en el cuerpo hace que su barriga esté en contacto con el suelo y que caminar les sea bastante dificultoso. Además, sin una buena pista de despegue, no son capaces de tomar el impulso necesario para alzar el vuelo. Por tanto, pueden ser presa fácil de los predadores terrestres.

Para evitar ser comidas en tierra, han desarrollado unos hábitos de vida muy peculiares. Son coloniales, anidan en pequeñas cuevas, grietas y madrigueras predominantemente en islas o lugares inaccesibles como acantilados o roques marinos, y visitan sus colonias por la noche.

Sin embargo, la colonización de las islas por parte de los humanos en los últimos siglos ha impulsado multitud de cambios en sus antes seguras colonias de cría. El más importante es la introducción de especies, tal y como reconocen 38 expertos en un estudio reciente.

El hombre trae consigo deliberadamente especies, como los gatos, y de una forma no intencionada otras, como ratas y ratones. Estos animales depredan huevos, pollos y adultos causando extinciones de colonias enteras.

El hombre también ha protagonizado importantes matanzas de petreles para su consumo. Por ejemplo en Canarias, donde se expoliaban miles de pollos al año. En la actualidad, los expolios continúan, aunque afortunadamente con menor frecuencia.

Por otra parte, la destrucción y la alteración de los hábitats de cría es otra importante amenaza en tierra. De hecho, un tipo particular de alteración del hábitat, la contaminación lumínica, es identificado como la segunda amenaza en número de especies afectadas.

Las luces de nuestras ciudades, puertos o complejos deportivos hacen que los jóvenes petreles se deslumbren y caigan en las zonas iluminadas. Si sobreviven al primer impacto, pueden quedar malheridos y a merced de otras amenazas (atropellos, predadores, trampas, etc.). Gracias a las campañas de rescate que organizan gobiernos, ONG y comunidades locales, muchas de estas aves encuentran una segunda oportunidad para alcanzar el océano.

Pero los petreles no solo están amenazados en tierra. En el mar, hay otras amenazas muy importantes relacionadas con las pesquerías. Por un lado, las artes de pesca atrapan sin quererlo a más de 500.000 aves marinas al año. Por otro, la sobreexplotación pesquera hace que su principal alimento, peces y calamares, disminuya considerablemente en el mar.

Unas grandes desconocidas

Los comportamientos desarrollados para evitar la depredación en tierra (colonias inaccesibles, nidos bajo tierra y visitas nocturnas) combinados con su pequeño tamaño y su gran movilidad en el mar hacen de los petreles uno de los grupos de aves marinas menos conocido. Aunque algunas especies están bien estudiadas (y se utilizan, incluso, como bioindicadores de la salud oceánica), para otras existen importantes lagunas de conocimiento sobre su biología más básica. Nos falta información sobre cuestiones como sus áreas de reproducción, sus rutas migratorias y las relaciones entre especies cercanas.

Hasta hace poco, no se conocían los lugares de reproducción de algunas especies. Este es el caso del paíño negro de Markham (Hydrobates markhami) y el paíño de collar (Hydrobates hornbyi) que habitan en la costa de Perú y Chile. Solo algunos nidos han sido descubiertos recientemente en zonas desérticas a gran altitud.

Para otras muchas especies, aunque las zonas de cría se estimaban con cierta precisión, las colonias no eran accesibles. De hecho, durante muchos años, nuestra mejor evidencia de la reproducción de algunas especies raras provenía del hallazgo de pollos deslumbrados por las luces. Es lo que ha ocurrido, por ejemplo, con el petrel de las Mascareñas en la isla de La Reunión (Pseudobulweria aterrima), el petrel de Tahití (Pseudobulweria rostrata) en Tahití o la pardela pichoneta (Puffinus puffinus) en Canarias.

Por otra parte, no paran de describirse nuevas especies de petreles, lo que pone aun más de manifiesto nuestra ignorancia sobre este grupo de aves. Así, parece imprescindible mejorar pronto nuestro conocimiento sobre ellas a través de estudios científicos y programas de seguimiento. Este conocimiento permitirá implementar acciones de conservación adecuadas antes de que algunas desparezcan para siempre.The Conversation

Airam Rodríguez, Investigador postdoctoral en el Departamento de Ecología Evolutiva, Estación Biológica de Doñana (EBD-CSIC)

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original. Foto: Shutterstock

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