¿Tienen conciencia los animales?
Muriel Dunier, Inra y Pierre Le Neindre, Inra
En 2012, científicos de todos los ámbitos, entre ellos el célebre físico Stephen Hawking, afirmaban con voz unánime que los animales estaban dotados de conciencia. Así, en su Declaración de Cambridge sobre la conciencia, señalaban que “los humanos no son los únicos que poseen los sustratos neurológicos que producen la conciencia”. Desde entonces, se han llevado a cabo numerosos estudios sobre la cognición animal.
El pasado 18 de octubre de 2018, la editorial Quae publicó un libro que ofrece un balance sobre la cuestión de la conciencia de los animales. La obra sintetiza los resultados de un trabajo de evaluación multidisciplinar llevado a cabo por el Inra (Instituto Nacional de la Investigación Agronómica de Francia) a petición de la Unidad de “Salud y bienestar de los animales” de la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA).
Los resultados de la evaluación se presentaron en mayo de 2017 ante los miembros de la red europea de bienestar animal. El informe completo se publicó en inglés en abril de 2017 (se puede consultar un resumen en español en el sitio web del Inra).
Para realizar este trabajo de evaluación, el Inra movilizó a 17 investigadores franceses de diversas disciplinas: biólogos, filósofos, sociólogos y juristas, que examinaron la bibliografía internacional en la materia y, finalmente, retuvieron 659 referencias. El análisis de esos textos y su síntesis inédita se presentan en esta publicación, y permitirán a los lectores ponerse al día sobre esta compleja cuestión.
Un nuevo enfoque de la conciencia
Para llevar a cabo este trabajo, en primer lugar ha sido necesario tomar como base el concepto de conciencia en los seres humanos, teniendo en cuenta las aportaciones recientes de la neurobiología en este ámbito (a este respecto, véase el libro del neuropsicólogo Antonio Damasio, L’Ordre étrange des choses. La vie, les sentiments et la fabrique de la culture).
En el libro la conciencia se define del siguiente modo: “Experiencia subjetiva que el individuo tiene del entorno, su cuerpo y sus propios conocimientos”, que le confiere la habilidad de percibir el mundo y resolver problemas.
En su planteamiento clásico, la conciencia se presenta en función de dos componentes: el nivel y el contenido de conciencia. El nivel de conciencia se refiere a los estados de conciencia, que van desde el coma hasta la alerta. El contenido de la conciencia tiene que ver con la percepción subjetiva del entorno y de uno mismo, así como con la evaluación y el control de los estados mentales.
Para poner en funcionamiento esta conciencia, existen diferentes estructuras nerviosas que interactúan entre ellas y que se asocian a un núcleo central, encargado de gestionar las reglas de los ritmos biológicos, así como el estado de alerta. Dichas estructuras permiten la aparición de competencias cognitivas a veces complejas, como la atención, el aprendizaje, la memorización, las emociones y la evaluación de una situación. Un solo estímulo puede activar varias de esas estructuras, pero las interacciones entre ellas producen interpretaciones e intenciones y provocan acciones conscientes.
El resultado de esas interacciones presenta una complejidad mayor que la que se obtiene sumando las activaciones de esas diferentes estructuras. Esta propiedad emergente es lo que constituye la conciencia.
Conclusiones de los estudios recientes
Los estudios recientes, consultados en el marco de este trabajo de evaluación multidisciplinar, permiten poner en entredicho algunas afirmaciones sobre la incapacidad de los animales para ser conscientes de sí mismos, evaluar sus conocimientos o incluso tener recuerdos.
Los estudios disponibles sobre el comportamiento, las facultades cognitivas y la neurobiología también muestran, en general, la existencia de contenidos elaborados de conciencia en algunos animales, como los mamíferos y las aves. Para ilustrar esos contenidos, los autores del libro han decidido desarrollar diferentes facetas de los componentes de la conciencia, como las emociones, la metacognición, la gestión del tiempo, el comportamiento social y las interacciones con los humanos.
La posibilidad de evaluar el propio conocimiento, también denominada “metacognición”, se consideraba hasta hace poco como una competencia de nivel superior presente solo en el ser humano. Los nuevos dispositivos experimentales y los avances neurobiológicos han permitido, tras los trabajos de Smith sobre los delfines, mostrar que esta competencia también se da en varias especies de mamíferos terrestres (simios, roedores) o marinos (delfín) y en aves (paloma).
También se ha tenido durante mucho tiempo el convencimiento de que los animales estaban “atrapados” en su presente. Sin embargo, se ha demostrado, en algunas aves y algunos mamíferos, la existencia de una memoria episódica que permite al animal recordar episodios concretos, capacidad que se creía exclusivamente humana.
Por último, hay experimentos que demuestran que los animales pueden planificar sus actividades futuras. Por ejemplo, la tayra (Eira barbara), un mustélido de América Central y del Sur, oculta plátanos verdes y vuelve a buscarlos cuando ya están maduros.
Por su parte, las relaciones de los animales entre ellos y con el ser humano presentan una gran flexibilidad, ya que permiten una adaptación a múltiples situaciones. Así, por ejemplo, la chara californiana y la ardilla gris ponen en práctica estrategias para proteger sus escondites de comida mediante tácticas de confusión, construyendo escondites falsos que varían en función del público.
Por último, el individuo tiene la noción de sus compañeros y de las reacciones de estos: se trata de una “teoría de la mente”, que consiste en la capacidad de atribuir estados mentales a otros individuos. Por otra parte, se han observado en los animales ciertas formas de empatía (por ejemplo, el caso de las ratas que liberan a un congénere de su jaula) y de engaño (por ejemplo, dando información falsa a otros congéneres).
Un campo de investigación incipiente
En el marco de este trabajo de evaluación interdisciplinar, también ha sido necesario definir el papel funcional que desempeña la conciencia animal: esta parece permitir respuestas adaptadas a las diferentes situaciones y es, probablemente, fruto de adaptaciones específicas a los entornos en los que estos animales evolucionan.
Esta conciencia existe en numerosas especies y presenta características variables, que van desde una forma de conciencia limitada a unos pocos elementos, observada en algunos invertebrados, hasta una conciencia compleja, que se observa en grandes simios, y también en algunos mamíferos y aves. Sin embargo, no se ha demostrado que esta capacidad abarque el conjunto de las competencias que se dan en los humanos.
Esta síntesis de los trabajos actuales publicados sobre la conciencia animal ha permitido proponer vías de investigación para completar los conocimientos en la materia. Hoy en día, esos conocimientos todavía tienen carácter fragmentario y se basan en un número muy escaso de especies.
Conocer con mayor profundidad el universo mental de los animales permitiría mejorar el bienestar en los sistemas de ganadería e impulsar la reflexión ética sobre los animales de producción.
Muriel Dunier, Directrice de recherche, Inra y Pierre Le Neindre, Chercheur, Inra
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original. / Imagen:
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