Purificadores de aire, una moda poco beneficiosa
Hace unas semanas me vi envuelto en el asombroso mundo de la Feria Internacional de Electrónica de Consumo (CES, por sus siglas en inglés), celebrada en Las Vegas, en la que las conversaciones giraban en torno a la siguiente generación de medidores de contaminación que, quién sabe, quizá tengamos algún día en nuestro teléfono.
Las demostraciones que pude contemplar invitaban a hacer cábalas sobre cuál sería el próximo gran invento en tecnología del hogar. ¿Serían las camas inteligentes para gatos? ¿Las teteras con conexión a Internet? Sea cual sea, el artilugio en cuestión vendrá dotado de aprendizaje automático y funcionará con el indescifrable blockchain o cadena de bloques.
Sin embargo, si hay un asunto por el que los consumidores se preocupan especialmente es la calidad y pureza del aire, y los grandes fabricantes de electrodomésticos, conscientes de ello, han sacado al mercado una serie de productos relacionados.
A ellos se han sumado numerosas startups, ofreciendo alternativas como robots que deambulan por casa limpiando todo lo que encuentran o curiosos dispositivos inspirados en la naturaleza que soplan aire a las hojas de las plantas de interior que no tengan buen aspecto.
En Europa estas herramientas aún no convencen, por lo que la valoración que se pueda hacer de ellas en nuestro continente podría no ser del todo acertada si nos fijamos en Asia y en otros lugares del mundo, donde los aparatos que filtran el aire del hogar cada vez son más utilizados.
Si los purificadores están en el mercado es, obviamente, porque existe una demanda; de hecho, el mercado podría situarse en 2023 en un valor superior a los 30.000 millones de dólares anuales.
En algunos aspectos, la purificación del aire en interiores puede suponer un gran avance. En un espacio completamente cerrado, los purificadores que filtran el aire reducen la concentración de las diminutas partículas dañinas para el organismo, especialmente en lugares con un alto nivel de contaminación, como pueden ser el centro de ciudades como Pekín o Nueva Delhi.
La eliminación de gases nocivos en interiores, que incluyen compuestos orgánicos volátiles derivados de pinturas y pegamentos, es un asunto bien distinto.
Algunos sistemas emplean un filtro de carbón al que se adhieren los gases, pero los datos que apuntan a la fiabilidad de este procedimiento aún son muy reducidos.
Otros tipos de purificadores utilizan radiación ultravioleta para acelerar una reacción química que convierte estos gases en dióxido de carbono y agua. Sin embargo, los fabricantes aún no se han pronunciado acerca de la posibilidad de que este proceso convierta en la práctica compuestos relativamente benignos en algo mucho más perjudicial.
Las pruebas realizadas para filtrar el aire en el exterior no han mostrado, por el momento, una gran eficacia, ya que la atmósfera es demasiado grande en comparación con el tamaño del sistema de filtración.
Sin embargo, el balance en interiores es satisfactorio. Las casas tienen volúmenes de aire que se miden desde cientos hasta, en algunos casos, miles de metros cúbicos; tan solo con las corrientes de aire y las fugas, el ambiente en el interior de una vivienda puede reciclarse completamente cada hora, aproximadamente. Por lo tanto, aún quedan muchos metros cúbicos de aire por limpiar, y no parece divisarse el final.
No obstante, el coste de la filtración es más alto de lo que pueda parecer a simple vista. La mayoría de los purificadores tienen membranas de celulosa o polímero que han de ser reemplazadas aproximadamente cada mes, servicio que habitualmente se ofrece por contrato. Además, el aire es expulsado por pequeños ventiladores y bombas que utilizan una energía que oscila entre los 100 vatios (el equivalente a una bombilla potente) y 1.000 vatios (un microondas), dependiendo del tamaño del purificador y de la casa.
En este sentido, la baja calidad del aire conlleva un importante impacto en el clima al aumentar la demanda energética, tanto para el hogar como para la ciudad, además de verse reflejada en la factura de la luz.
Si bien la filtración del aire no requiere la cantidad de recursos que consumen los aparatos de aire acondicionado, hay que tener en cuenta que los purificadores se mantendrían activos todos los días del año y no solo durante los meses de verano. Si cada hogar de los millones que existen comenzase a consumir 500 vatios adicionales sobre los que ya consume, tendríamos un gran problema.
La concentración de productos químicos
Y luego está el tema que todos conocen pero prefieren ignorar. ¿Qué ocurre con los millones de partículas de microfibras o con los filtros repletos de carbón activado? Esta pregunta la hice más de 20 veces en Las Vegas y la respuesta fue siempre la misma: “tíralos a la papelera”.
Deberíamos concienciarnos un poco más sobre el tema. Los filtros que se utilizan en las casas acaban acumulando partículas que contienen químicos tóxicos que provienen del exterior: metales pesados derivados del desgaste de los frenos de los vehículos, compuestos aromáticos policíclicos originados por la quema de madera y carbón, nitrosaminas procedentes del tabaco, etc. Un filtro puede concentrar varios miligramos de restos químicos diluidos en el aire cuyo destino, antes de quedar atrapados en los purificadores, sería probablemente formar parte de una fina capa residual en la inmensidad del suelo.
Si cientos de millones de filtros de millones de hogares son vaciados en los mismos vertederos, duplicaremos la concentración de compuestos químicos nocivos.
Cabe preguntarse, pues, si con el vertido de estos restos no estaremos convirtiendo el problema de la calidad del aire en un problema de calidad del agua y de calidad del suelo. Quizá no hayamos reparado lo suficiente en ello, ni en las consecuencias de la demanda energética de cada uno de los hogares que quieren limpiar el aire que respiran.
Pensando de manera positiva por un momento: ¿Habrá reflexionado alguien sobre la posibilidad de extraer los oligoelementos que se pueden encontrar en los innumerables recambios de los filtros?
Así pues, podemos obtener algunas conclusiones evidentes, siendo la principal que detrás de cualquier crisis o problema se esconde una oportunidad de negocio, aunque esta solución en concreto conlleva ciertos costes económicos que aún no han sido cuantificados.
La filtración del aire necesita energía en forma de electricidad y requiere materias primas y recursos para construir, mantener y ampliar el uso de los sistemas de purificación, sin olvidarnos de los problemas para la eliminación de los restos químicos, que todavía no han sido evaluados de manera exhaustiva.
En cualquier caso, se ve reforzado el manido principio científico de que es más eficaz cortar la contaminación al principio que intentar acabar con ella al final.
Alastair Lewis, Science Director at the National Centre for Atmospheric Science, University of York
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original. Foto: 1989studio / Shutterstock
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