Junio 30, 2016

‘Podrías ser tú y no saberlo’ por Magdalena del Río

'Podrías ser tú y no saberlo' por Magdalena del Río

Por Magdalena del Río |

Una vez un sabio llamado Hemingway dijo que “no hay nada de especial en escribir. Todo lo que hay que hacer es sentarse en una máquina de escribir y sangrar”. Y este artículo va de esto, de pura sangre.

El ser humano tiene un promedio de cinco o seis litros de sangre, y, en ocasiones, ¡qué fácil y rápido se calienta! – Me hierve la sangre – dicen. Hay momentos que propician ese estado de alteración, y uno muy especial es del que quiero escribir hoy:

Un “juicio de valor” es una opinión que alguien se forma, de manera subjetiva, sobre una persona o cosa. Es algo que todos hacemos. Tú tendrás tu opinión sobre los helados de fresa, y yo la mía sobre las diferentes compañías telefónicas. Esta capacidad del hombre es positiva, ya que compartiendo pensamientos podemos ampliar el conocimiento sobre innumerables cuestiones. Sin embargo hay un problema que radica en los juicios de valor que se aplican a las personas.

Se me viene un refrán a la cabeza, muy usado, y también certero que dice así: “Aquél que quiera juzgarme, que se ponga mis zapatos”. Y es que es muy fácil crearnos una visión subjetiva de una persona basándonos en lo que sabemos de ella, y muy difícil ponernos en su situación y ser capaces de mirarnos siendo objetivos.
A nivel personal, la mayoría de nosotros tenemos ese problema principalmente con nosotros mismos. Solemos ser nuestros peores críticos, puntuarnos con notas medias algunos logros que merecen sobresalientes, o suspendernos en asignaturas que no hemos conseguido, pero que se valoran con el esfuerzo que ponemos en ellas.

Como todo, esto tiene un beneficio y un inconveniente. Por un lado, nos auto proporcionamos patadas en el trasero para seguir adelante, para avanzar y hacer las cosas mejor día a día. Pero por el contrario, hay que tener cuidado y no caer en una baja autoestima debido a tantas críticas negativas constantes. Como siempre se ha dicho, en el término medio está la virtud.

Si lo elevamos a un grado mayor, el crear un juicio de valor sobre una persona es, cuanto menos, un asunto de extrema delicadeza. Parece algo inevitable, ¡y lo es! Pero lo que sí podemos apartar de nuestra cabeza es una crítica completamente negativa, completamente subjetiva, o completamente equivocada de una persona.

En este tema están incluidos los excesos y los defectos. Me explico: cuando dos enamorados empiezan a tener citas, es muy común que se idealicen el uno al otro. Se miran sin defectos, como si fueran puro espíritu capaces de alcanzar la perfección. ¿Es malo? En este caso, personalmente pienso que en absoluto. Forma parte de la primera etapa del enamoramiento, y es incluso divertido. Luego, sanamente, esas dos personas empezarán a conocerse a fondo y entonces tendrán que limar sus asperezas para continuar con la relación. Ahí los juicios de valor empiezan a contener mayor objetividad, y la balanza se equilibra.

El caso opuesto es el juzgar a una persona de forma negativa, de manera que la impresión que se tiene de ella es completamente diferente a la explicación anterior. Se agrandan los defectos de forma desmesurada, y se dejan de percibir las cualidades del individuo. Esto se da en ocasiones de conflicto, tras vivir junto a esa persona una mala experiencia, o al creer críticas sobre ella, sin ni siquiera conocerla.

Además, entre estos dos puntos hay uno intermedio. Los juicios de valores que uno cree que son coherentes, y sin embargo, no pueden estar más lejos de la realidad. Aquí me gustaría detenerme, y exponer una situación por la que muchos hemos pasado:

Hace unas semanas quedé para tomar café con una amiga. Lleva varios años pasando por una etapa dura en su vida, pero esta vez llegó con los ojos algo más desencajados de lo habitual. Sin conseguir serenarse, me comentó que se sentía incomprendida, pues personas que estaban a su lado le habían comentado qué juicio de valor tenían de ella, y en absoluto se correspondía a su realidad.

¿Qué debo pensar? – Me decía – Son personas a las que veo poco, pero siempre he pensado que comprendían mi situación y me apoyaban.

Fue duro escuchar su relato, pero mientras tanto mi cabeza se hacía preguntas más generales que eran dignas de auto examen.

¿Quién puede juzgar a alguien que está atravesando una mala situación sin antes haberla atravesado él mismo?

¿Cómo se puede afirmar que alguien es luchador o no, si todos tenemos una sensibilidad diferente ante el mundo?

¿Quién sabe cuánto tiempo se tarda en superar una tragedia, si todas son distintas?

¿Tiene alguien derecho a afirmar que una persona no está evolucionando, ni creciendo, sin estar en todos los momentos de su día a día?

¿Por qué nos empeñamos en lanzar juicios de valor a los demás cuando no nos los piden ni los necesitan?

¿No sería más correcto pedir permiso para opinar sobre temas delicados y personales, subrayando que se va a decir una percepción subjetiva?

¿Acaso alguien tiene la capacidad absoluta de sentir lo que siente otra persona? Y… Si no es así, ¿por qué uno se atreve a pensar que sabe lo que le pasa?

¿Quién puede decir “Tú deberías…” sin conocer toda una historia primero?

¿Alguien se desahoga para que le enjuicien, o para que le alienten?

¿Existe alguien con tanta prepotencia como para pensar que uno llevaría mejor las dificultades de otro?

¿Es el sufrimiento medible? ¿Comparable? ¿Discutible?

 

Cuando mi amiga acabó de contarme su historia, yo ya tenía mi sentencia dictada: A ti te han juzgado sin pedirlo, sin derecho para hacerlo, sin cariño, sin empatía ni tacto – afirmé mientras me miraba con los ojos bien redondos – Y te ha dolido tanto que estás aquí llorando. Como amiga opino que no estoy de acuerdo con lo que he oído, y como amiga también siento comunicarte que no puedo responder a tu pregunta.

Ella seguía callada, así que continué hablando. No debo responderte qué debes hacer, ya que con la información que tengo, mi juicio de valor ante esas personas que tú estimas es negativo, y no estaría siendo objetiva. – Dije mientras me reafirmaba asintiendo con la cabeza – Yo, como amiga, solo te puedo consolar, ya que sé tu historia, pero las decisiones de cada uno son tan personales como es la mente o los sentimientos de cada uno.

Pienso que “no escribes porque quieras decir algo. Escribes porque tienes algo que decir” – dijo Fitzgerald – y es cierto. Más que una entrada en un blog, es una enseñanza que me dio la vida y que estoy compartiendo con vosotros.

Ella lo entendió, aunque no en ese momento. Todos somos diferentes. Nadie mira el cielo y lo ve idéntico a otro, al igual que no a todos nos gusta el helado de fresa. Los hay que odian el color rosa o rojo, que les parece ácido, algunos dicen que es dulce, y otros incluso son alérgicos. Hay tantas opiniones, tantos gustos, y tantos sentimientos como personas en el planeta.

¿Mi conclusión de todo esto? Que yo no soy nadie, ¡o al revés sería mejor!, que yo no soy “todo” para crear un juicio de valor subjetivo basándome en pinceladas de alguien, y ni mucho menos tener el descaro de hacérselo saber sin su permiso.

Me he impreso mis propias preguntas, y mi intención es aplicarlas en mi día a día con las personas que me rodean: “¿Podría darte mi opinión?”, “¿Aceptas un consejo?” O incluso “No entiendo tu forma de actuar ante esto y querría hacerlo, ¿me la querrías explicar?”.

Voy a intentar acabar con “Eso yo lo superaría con los ojos cerrados”, “Es una cobarde y no dirige las riendas de su vida”, y “Con un palo de verdad en la vida se le quitarían las tonterías”.

Mahatma Gandhi dijo una vez: “Ojo por ojo y todo el mundo acabará ciego”. Yo voy a intentar sustituir los juicios de valor por empatía, que es la capacidad de ponerse en el lugar de otro.

¿Quién se apunta?

Por Magdalena del Río | Facebook Magdalena del rio | Twitter – Instagram: @magdaino  | www.espantasapos.wordpress.com

Escritora, feminista y soñadora con el alma libre. Adicta a la poesía y al café de las mañanas. Psicoterapeuta a todas horas del día, modelo de talla grande de vez en cuando. La mejor forma de vivir es riéndome de mi misma.
Foto: Juzgar Shutterstock 
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