Miles de expertos en salud mental coinciden en el diagnóstico: Donald Trump es un peligro
El nuevo libro del periodista Bob Woodward, “Fear” (Miedo), describe un “colapso nervioso de la presidencia de Trump”. A principios de este año, “Fire and Fury” (Fuego y furia) de Michael Wolff ofreció una perspectiva similar.
Una columna de opinión en The New York Times firmada por un “alto funcionario anónimo de la Casa Blanca” acaba de describir la profundidad de los problemas de esta Administración y cuánto esfuerzo se requiere para proteger a los Estados Unidos.
Pero esto no es novedad para quienes, como nosotros, publicamos hace 18 meses nuestro libro de servicio público, “The Dangerous Case of Donald Trump: 27 Psychiatrists and Mental Health Experts Assess a President”.
Soy experta en la prevención de la violencia. He sido consultora para gobiernos y organizaciones internacionales, y, durante veinte años, he participado en evaluaciones individuales y tratamiento de los transgresores violentos.
Mi enfoque como editora del volumen fue centrarme en la peligrosidad de Trump, abordando la violencia como un problema de salud pública.
El libro surgió como resultado de una conferencia de ética que impartí en Yale University. En esa reunión, mis colegas psiquiatras y yo discutimos acerca del equilibrio de dos deberes esenciales de nuestra profesión.
En primer lugar, el deber de hablar de forma responsable sobre los funcionarios públicos, tal como se describe en “la regla Goldwater”, que requiere que nos abstengamos de hacer diagnósticos sin un previo examen en persona y sin autorización. En segundo lugar se sitúa nuestra responsabilidad a la hora de proteger la salud y la seguridad públicas, o nuestro “deber de hacer advertencias” en casos de peligro.
Concluimos que nuestra responsabilidad para con la sociedad y su seguridad, tal como se describe en nuestras pautas éticas, anuló cualquier otra consideración hacia una figura pública.
Esa decisión condujo a la recopilación de ensayos que conforman este libro. Algunos de los pensadores más prominentes del campo, como Robert J. Lifton, Judith Herman y Philip Zimbardo, colaboraron, con dos docenas más. Esa decisión fue controvertida entre algunos miembros de nuestra especialidad.
Ya sabemos mucho sobre el estado mental de Trump sobre la base de la voluminosa información que ha proporcionado en Twitter y en sus respuestas a situaciones diversas ocurridas en tiempo real. Las informaciones publicadas recientemente respaldan, sin lugar a duda, las inquietudes que reflejamos en el libro.
Estos informes también son coherentes con la consulta que me hicieron dos miembros del personal de la Casa Blanca. Me llamaron en octubre de 2017 y aseguraron que el Presidente se comportaba de una manera que les “asustaba” y creían que se estaba “desmoronando”. Me llamaron debido al libro que edité.
Una vez que confirmé que no percibían la situación como un peligro inminente, les remití al gabinete de emergencias para no verme sujeta a las reglas de confidencialidad que se aplicarían si me comprometiera con ellos como profesional médico. Eso habría interferido en mi papel de educar al público.
Lo psicológico detrás del caos
El autor del artículo del New York Times deja claro que el conflicto en la Casa Blanca no es sobre la ideología de Trump.
El problema, como lo ve el autor, es la falta de “principios discernibles que guíen su toma de decisiones… su impulsividad [que] da como resultado decisiones a medio cocinar, con informaciones erróneas y, en ocasiones, imprudentes, a las que hay que dar marcha atrás, y que tienen la característica de que no se sabe si podría cambiar de opinión de un minuto a otro”.
Obviamente, estos son síntomas psicológicos que reflejan compulsión emocional, impulsividad, concentración deficiente, narcisismo e imprudencia. Son idénticos a los que Woodward describe en numerosos ejemplos que, según él asegura, se toparon con las “maquinaciones furtivas de aquellos que se encuentran en el sanctasanctórum (refugio) de Trump para tratar de controlar sus impulsos y prevenir desastres”.
También son consistentes con el curso que preveíamos al principio de la presidencia de Trump, algo que nos preocupaba lo suficiente como para describirlo en nuestro libro. Intentamos advertir que su condición era peor de lo que parecía, empeoraría con el tiempo y, eventualmente, se volvería incontenible.
Observamos signos de inestabilidad mental, señales que eventualmente se presentarían en la Casa Blanca, como indican estos informes, y no solo en situaciones dentro del país sino también en el ámbito geopolítico.
Existe una fuerte conexión entre la peligrosidad inmediata – la probabilidad de desatar una guerra o lanzar armas nucleares – y la extendida peligrosidad social: políticas que fuerzan la separación de los niños de sus familias o la reestructuración de las relaciones globales de una forma que desestabilizaría al mundo.
La situación empeora
De hecho, mi preocupación es que ya estamos presenciando un nuevo aspecto del estado mental del Presidente, especialmente a medida que la frecuencia de sus mentiras aumenta y el fervor de sus presentaciones públicas se intensifica.
Me inquieta que sus bravatas mentales puedan llevarlo a tomar medidas impredecibles y potencialmente extremas y peligrosas, que lo distraigan de lo legal.
Los profesionales de salud mental tienen procedimientos estándares para evaluar la peligrosidad. Más que una entrevista personal, el potencial de violencia se evalúa mejor a través de la historia pasada y una lista de verificación estructurada de las características de una persona.
Estas características incluyen una historia de crueldad hacia los animales u otras personas, asunción de riesgos, comportamiento que sugiera pérdida de control o impulsividad, personalidad narcisista e inestabilidad mental. También son motivo de preocupación el incumplimiento o la falta de voluntad para someterse a pruebas o tratamientos, el acceso a armas, las exiguas relaciones con personas allegadas o cónyuges, el verse a sí mismo como víctima, la falta de compasión o empatía y la indiferencia ante las consecuencias de actos ofensivos.
El libro de Woodward y el artículo del New York Times confirman muchas de estas características. El resto ha sido evidente en el comportamiento de Trump fuera de la Casa Blanca y antes de su mandato.
Que el Presidente reúna no solo algunas, sino todas estas características, debería ser motivo de alarma.
Otras formas en que un presidente pudiera ser peligroso son la demostración de fallas cognitivas o lapsus mentales, ya que funciones como el razonamiento, la memoria, la atención, el lenguaje y el aprendizaje son fundamentales para los deberes de un presidente. Trump ha exhibido síntomas de debilitamiento también en esto.
Además, cuando alguien muestra propensión a la violencia a gran escala, como abogar por la violencia contra los manifestantes o las familias de inmigrantes, llamando a quienes usan la violencia, como los supremacistas blancos, “gente muy buena” o se muestra vulnerable a la manipulación por parte de potencias extranjeras hostiles, estas cosas pueden promover una cultura de violencia mucho más extendida.
Los actos violentos no son eventos que ocurren sin una razón. Son el resultado final de un largo proceso que sigue patrones reconocibles. Como expertos en salud mental, hacemos predicciones en términos de niveles de probabilidad y no sobre la base de lo que de seguro sucederá.
La discapacidad de Trump es un patrón familiar para una experta en violencia como yo, pero dado su nivel de gravedad, no hay que ser un especialista para saber que él es peligroso.
¿Qué sucederá?
Creo que el libro de Woodward y las revelaciones del artículo del New York Times han ejercido gran presión sobre el Presidente. Estamos entrando en un período en el que el estrés de la presidencia podría acelerarse, debido al avance de las investigaciones del fiscal especial.
El grado de negación y resistencia de Trump a las revelaciones que están en curso, como se expresa en una entrevista reciente de Fox News, y estas son muestra de su fragilidad.
De acuerdo con mis observaciones sobre el Presidente – sobre el período de tiempo entre sus presentaciones públicas, las ideas expresadas a través de tweets y los relatos de sus colaboradores cercanos – creo que la cuestión no es si buscará distraer la atención, sino cuán pronto lo hará y en qué magnitud.
Al menos varios miles de profesionales de la salud mental que son miembros de la National Coalition of Concerned Mental Health Experts (Coalición Nacional de Expertos en Salud Mental) comparten la opinión de que los códigos de lanzamiento nuclear no deberían estar en manos de alguien que exhiba tales niveles de inestabilidad mental.
Del mismo modo que la sospecha de delito debería llevar a una investigación, la gravedad del impedimento que vemos debería conducir a una evaluación, preferiblemente con el consentimiento del Presidente.
El deterioro mental debe evaluarse, independientemente de las investigaciones criminales, utilizando criterios médicos y medidas estándares. Un presidente en funciones puede ser inmune a las acusaciones, pero está sujeto a la ley, que es estricta sobre la seguridad pública y el derecho al tratamiento cuando una persona representa un peligro público debido a su inestabilidad mental. En caso de peligro, el paciente no tiene derecho a rechazar, ni tampoco el médico lo tiene a negarse a atender a una persona como paciente.
Esta evaluación pudiera haberse retrasado, pero aún no es demasiado tarde. Y los profesionales de la salud mental tienen una amplia experiencia en la evaluación, restricción y tratamiento de personas como Trump – es casi rutina.
Bandy X. Lee, Assistant Clinical Professor, Yale School of Medicine, Yale University
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original. | Foto: Shutterstock
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