La tristeza de los países desarrollados; por Paula M. Gonzálvez
Por Paula M. Gonzálvez | @pmgonzalvez |
Hoy es el Día Europeo de la Depresión, pero no de los tristes. Todavía a día de hoy la depresión es para muchos, simplemente, un sinónimo de tristeza, incluso avalado así por un arcaico diccionario, a pesar de que depresión es una palabra tan amplia que acoge muchos más estados. En 2030, según la OMS, la depresión será la principal causa de morbilidad en todo el mundo, lo que sin duda la convierte en algo más que tristeza.
No es sinónimo de tristeza, pero si debe encararse con esperanza, un término que traspasa la barrera del sentimiento para convertirse en una medicina a la enfermedad. Ello otorga la solución y responsabilidad de superar la afección no solo al profesional, sino también al paciente y su actitud, de vital importancia para la recuperación. Pero también existe otro significado de la esperanza a tener en cuenta para la mejoría. Así, profesionales de la psiquiatría que lidian día a día con los tachados como ‘los tristes’, encaran con esa esperanza el futuro, en especial el doctor Guillermo Lahera Forteza, profesor e investigador español, que ha elaborado recientemente un decálogo de la depresión. En él, el psiquiatra expresa de manera literal que “el futuro del tratamiento de la depresión debe encararse con esperanza, porque cada vez sabemos más de los mecanismos cerebrales subyacentes, contamos con tratamientos seguros y eficaces, y nuevas líneas de investigación científica en desarrollo”.
Sin embargo, y pese a la carga de responsabilidad de ambos, hay un tercer factor que bien puede perjudicar considerablemente a los enfermos: el estigma social, desencadenado seguramente por una sociedad falta de empatía y cargada de prejuicios. ¿No es preocupante que en poco más de diez años la depresión se convierta en la principal causa de morbilidad en nuestro planeta? Lo es tanto como el peso del estigma social, que incluso acaba por provocar en muchísimas ocasiones, según el mismo decálogo, el ‘auto-estigma’, y que sigue presente en la depresión, así como en el resto de enfermedades mentales, y “afecta tanto al diagnóstico de la enfermedad como a la recuperación del paciente”, asegura Lahera.
Con todo ello, y por si no fuera suficiente, la depresión también puede tener graves complicaciones. La principal de ellas es el suicidio, aunque es imposible conseguir datos exactos por la cultura tabú que existe en determinados países en referencia a este triste final, aunque no por ello se desconocen otros: “El riesgo de suicidio es 21 veces superior en los pacientes con depresión frente a la población general. Un elevado porcentaje de los casos de suicidio están relacionados con la existencia de trastornos psiquiátricos, siendo la depresión la principal patología. Por otro lado, la depresión se asocia con un incremento de la mortalidad por cualquier causa y con un mayor riesgo de desarrollar enfermedades, tanto de salud mental como física”.
Además, por tratarse de una enfermedad crónica, la recuperación no tiene por qué estar asegurada, ya que aunque un paciente supere la peor fase existen los llamados ‘síntomas residuales’, dispuestos a acompañar a la persona que la padece como si de su sombra se tratara. Permanecen tras la mejoría y siguen limitando la actividad habitual del paciente, manifestándose como dificultades cognitivas (falta de atención o memoria), síntomas somáticos, insomnio o pérdida de apetito sexual. ¿Puede ser todo ello simplemente tristeza?
Resulta curioso que en países que se autodenominan ‘desarrollados’ una de las enfermedades que prima sea, de alguna manera, agravada como consecuencia directa de una sociedad que demuestra un subdesarrollo en su capacidad de compresión, de empatía y de, en definitiva, ayuda y tolerancia, y que incluso no se tome en serio una discapacidad motivada por ella. ¿Por qué si no las personas con depresión tienen el doble de probabilidades de estar desempleadas y corren un riesgo mucho mayor de vivir en la pobreza y la marginación social? Algunos insensibles responderían que por ‘amargura’; los que dedican su vida al estudio afirman, con gran carga argumental, que por estigma. “La depresión es una enfermedad mental compleja, multidimensional y heterogénea. Se trata del trastorno mental más frecuente en España y Europa que, sin embargo, aún cuenta con elevadas tasas de infradiagnóstico. Es, además, una de las primeras causas de discapacidad”. No es sinónimo de tristeza, ni de debilidad personal, fragilidad de carácter o falta de voluntad. Ellos son solo términos que ayudan a restar importancia a algo que la tiene. Tampoco es la reacción emocional negativa ante situaciones adversas vitales, como una pérdida, fracasos amorosos, la pérdida del empleo… “Unos 30 millones de personas en Europa sufren depresión, lo que supone un coste estimado de 92.000 millones de euros al año. Pero el coste para la sociedad y los individuos es mucho mayor”, sentencian expertos de Lundbeck.
Paula M. Gonzálvez / @pmgonzalvez | Foto: Hombre deprimido / Shutterstock
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