Los mapas, o proyecciones en un plano, del planeta Tierra, están diseñados situando el ecuador en el centro. Es una distorsión a la que estamos acostumbrados, que minimiza las zonas polares y los océanos. Están centrados en los continentes y en la mayoría de ellos no suele aparecer la Antártida representada. En otros, solo se ve como una simplificada línea de tierra en la parte inferior. Con la Antártida en el centro del mundo, los océanos son indiscutibles protagonistas.
La hora de los océanos
Athelstan Spilhaus, cartógrafo y oceanógrafo sudafricano, diseñó en 1942 una proyección contracorriente, cuyo objetivo era priorizar la representación de los océanos. En ella, la Antártida queda en el centro, lo que permite apreciar tanto su papel central como su remota posición respecto al resto de continentes. En el mapa de Spilhaus, los continentes suelen perder la proporcionalidad de sus tamaños. En algunos casos se representan únicamente por la línea de sus costas.
Esta forma de representar la Tierra permite visualizar claramente la continuidad y conexión entre las masas oceánicas y por qué nos afecta el deshielo en la Antártida. Los océanos cubren el 71 % de la superficie del planeta, están comunicados y tienen un papel crucial en la regulación del clima.
La circulación termohalina o cinta transportadora
La Antártida está rodeada por el océano Austral, que con la Corriente Circumpolar Antártica (ACC, por sus siglas en inglés) comunica tres océanos: el Atlántico, el Índico y el Pacífico.
Es la única latitud en la que no hay zona terrestre que limite el paso del agua, generando una fuerte corriente (ACC) que forma un anillo alrededor del continente helado.
La corriente que rodea la Antártida forma parte del sistema de lo que conocemos como circulación termohalina, formada por corrientes superficiales cálidas que van hacia los polos y corrientes profundas frías que se mueven hacia el ecuador.
Tanto en la Antártida como en el Ártico tiene lugar un fenómeno clave para este sistema de circulación: la formación de sus aguas profundas, el desencadenante del movimiento. En la Antártida, esta circulación profunda comienza mayoritariamente en los mares de Ross y Weddell.
Cuando el agua se hunde
La formación de aguas profundas es un fenómeno fascinante, que se asemeja a una lenta cascada submarina. El hundimiento ocurre debido a diferencias de densidad entre las aguas que están en superficie respecto a las que se encuentran en profundidad. Es decir, las aguas superficiales en los polos alcanzan una mayor densidad y terminan hundiéndose.
La diferencia de densidad depende de dos factores: un enfriamiento del agua y un aumento de la cantidad de sal o salinidad. Estos cambios de temperatura y sales están implicados en la formación del hielo marino.
El agua se enfría a medida que va llegando a las zonas polares. En invierno se alcanza la temperatura de congelación (-1,8⁰ C) y empieza a formarse una capa de hielo marino en la superficie. El hielo que se forma no es salado, porque expulsa la sal al exterior conforme se van formando sus cristales. La sal que se queda en la parte exterior del hielo se mezcla con el agua aumentando su salinidad y, por tanto, incrementando su densidad.
Entonces se produce una auténtica cascada submarina. Al hundirse, por “succión”, atrae agua más cálida de latitudes más bajas para ocupar el espacio. Este movimiento, como una cinta, pone en marcha la circulación termohalina, la circulación oceanográfica global.
Esta circulación acuática redistribuye el calor que se acumula en las zonas ecuatoriales a latitudes más altas. El movimiento de calor es una pieza indispensable en el clima terrestre actual. Contribuye, entre otras muchas cosas, a que el clima en Europa no sea tan frío en comparación con otras regiones en latitudes similares, como en América del Norte.
El cambio climático altera el flujo del agua
La Antártida y el Ártico son las regiones más afectadas por el calentamiento que se está produciendo en la Tierra. La Antártida es un continente helado que, junto a los hielos y glaciares árticos, suma el 69.7 % del agua dulce del planeta, la cual supone únicamente un 2.5 % de toda el agua terrestre.
El aumento de la temperatura reduce la cantidad de hielo que se forma cada año. Menos hielo significa aguas superficiales en los polos con menores concentraciones de sal. Al disminuir la sal, se altera la densidad de las masas de agua, y la cascada hacia aguas profundas que impulsa la circulación también se modifica.
La cinta transportadora que, entre otras cosas, le da a Europa las bondades de un clima más templado está alterándose, y esto acaba afectando a todos los océanos del planeta.
Con la Antártida en el centro podemos comprender por qué el incremento del deshielo glaciar añade agua dulce a los océanos, afectando las corrientes oceánicas. Y la alarma que despierta la circulación de retorno meridional del Atlántico (AMOC, por sus siglas en inglés).
Necesitamos investigar más que nunca las regiones polares, que cada año pierden un poco más de su hielo, para encontrar soluciones. Es hora de que la Antártida esté para todos en el centro del mundo.
Marina Gutiérrez García, Doctoranda en Oceanografía y Cambio Global, Universidad de Las Palmas de Gran Canaria; Borja Aguiar González, Personal Docente e Investigador, Universidad de Las Palmas de Gran Canaria y Marta Umbert Ceresuela, Physical Oceanographer, Instituto de Ciencias del Mar (ICM-CSIC)
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.