¿De verdad han nacido las primeras niñas modificadas genéticamente? ¡Ojalá sea un cuento chino!
Lluís Montoliu, Centro Nacional de Biotecnología (CNB – CSIC)
La última semana del mes de noviembre de 2018 pasará a la historia. Con independencia de que lo que nos contó el investigador chino He Jiankui sea verdad o no, el genio ha salido de la lámpara. O, si hablamos de una forma más terrenal, el dentífrico ha salido del tubo y ya no lo podemos volver a meter.
Jiankui, investigador de la universidad SUSTC de Shenzhen (China), publicó unos vídeos el pasado lunes en los que comunicaba al mundo el nacimiento de dos niñas gemelas, Lulu y Nana, producto de una fertilización in vitro.
Hasta ahí todo normal y correcto. Sin embargo, aseguraba que tras la fertilización había modificado sus genomas, mientras el embrión consiste en una única célula, mediante la herramienta de edición genética CRISPR. Esto último ha desatado críticas feroces de casi todos los miembros de la comunidad científica, que hemos salido en tromba a señalar la enorme irresponsabilidad cometida por He.
La universidad a la que pertenece He se desmarcó del investigador con rapidez, alegó desconocimiento y alertó de la violación de los códigos éticos del centro. Más de 122 investigadores chinos manifestaron su desaprobación y rechazo a los experimentos supuestamente realizados por su colega en Shenzhen.
La intención de este investigador era inactivar el gen CCR5, que porta la información para fabricar una proteína que usa el virus del sida para infectar las células del sistema inmunitario. Contactó con varias parejas (ocho, luego reducidas a siete tras renunciar una al experimento) en las que el varón estaba infectado y la mujer no.
Les contó que lo hacía para permitir a estas parejas tener hijos que no pudieran infectarse con el virus, pero no les dijo que hay procedimientos médicos hoy en día que permiten a este tipo de parejas tener hijos sin que se infecten. No había una urgencia médica que no fuera posible solucionar mediante protocolos mucho menos arriesgados.
Una revolución con sabor español
La edición genética mediante la herramienta CRISPR ha supuesto una revolución en biomedicina. Su origen se encuentra en el sistema inmune de los microorganismos procariotas descubiertos por Francis Mojica, microbiólogo de la Universidad de Alicante. Quienes nos dedicamos a investigar sobre las causas de las enfermedades y las posibles terapias para curarlas reconocemos abiertamente que CRISPR nos ha cambiado la vida profesional.
Ahora podemos hacer experimentos que hace unos cinco años no podíamos ni imaginar. Por ejemplo, podemos reproducir con gran fidelidad las mismas mutaciones que diagnosticamos en nuestros pacientes en modelos celulares o animales. Así podemos estudiar las consecuencias de cada mutación y validar en ellos la seguridad y la eficacia de propuestas terapéuticas antes de administrárselas a los pacientes.
La tecnología de edición genética CRISPR es maravillosa, pero todavía no está lista para su uso en personas. Decía hace poco, sin tener ni idea de la bomba mediática que estaba a punto de explotar, que no deberíamos confundir nuestro deseo con la realidad.
Por mucho que quisiéramos trasladar los beneficios potenciales de la edición genética a los pacientes, no es prudente hacerlo. Todavía no somos capaces de controlar la fase final de la edición, la de pegado. Las herramientas CRISPR promueven un corte en el ADN, en el gen que se desea editar, que luego debe repararse por los sistemas propios de la célula. Estos últimos son los que no controlamos, y son los responsables de generar múltiples resoluciones del corte, entre las cuales están las planeadas.
Esta incertidumbre genética la sabemos gestionar en el laboratorio. Todo se reduce a seleccionar el clon de células o el animal que se ajuste a nuestras expectativas y descartar el resto. Esto no lo podemos hacer con seres humanos, pues no es aceptable desde un punto de vista ético. Tampoco controlamos del todo la posibilidad de que se modifiquen genes parecidos a los que queremos alterar.
Por todo ello debemos abstenernos de trasladar estos riesgos a personas mientras no seamos capaces de disminuirlos o controlarlos. Aunque pensemos que los beneficios potenciales puedan superar estas limitaciones, que debemos resolver con más investigación.
Muchas líneas rojas han sido cruzadas
Si el investigador He Jiankui ha hecho lo que dice, entonces se habrán cruzado diversas líneas rojas. En primer lugar, la terapia génica germinal, la edición genética de embriones humanos que resulta en la alteración irreversible del genoma, está prohibida en la mayoría de países, signatarios del Convenio de Asturias firmado en 1997. China no lo firmó.
En segundo lugar, aunque es posible editar genéticamente embriones humanos para investigación en el laboratorio, en muchos países (como España y China) es ilegal implantarlos en una mujer para su gestación y permitir que llegue a término y nazcan bebés modificados.
Esto es lo que parece haber hecho He con, por lo menos, dos mujeres: la madre de Lulu y Nana y otro embarazo en curso que anunció el miércoles en su intervención en la II Cumbre Internacional de la Edición del Genoma Humano celebrada en Hong Kong.
La tercera línea roja cruzada por He es haber usado la edición genética en embriones no para “curar” una enfermedad congénita, lo cual suscita apoyos de la mayoría de investigadores cuando la técnica esté madura para ello, sino para “mejorar” estos embriones con una característica adicional. Esta aplicación es la que más rechazo provoca y también la más peligrosa, pues abre las puertas a la selección de caracteres, al diseño de bebés y a la eugenesia.
La línea roja más significativa cruzada por He es haber realizado todos estos experimentos fuera de la ley, sin el conocimiento, ni el permiso, ni la necesaria revisión y aprobación del comité de ética de su universidad, ni del hospital donde dice haber realizado el proceso. También sin la autorización de las autoridades chinas, que al día siguiente de su presentación en Hong Kong decidieron suspenderle y apartarle de toda actividad científica.
Todo lo anterior tiene una importancia extraordinaria, pero el hecho de que haya abordado estos experimentos sin atender a las normas es, para mí, lo más relevante. Con ello sus actuaciones pierden toda credibilidad y respeto, y se convierten no solo en actos reprobables desde un punto de vista ético, sino en delitos.
¿Qué les pasará a Lu y Nana?
Las víctimas de todo esto son las dos niñas, si es verdad que han nacido. Si así fuera se enfrentan a una existencia muy complicada. Con toda seguridad serán mosaicos, es decir, las células de su cuerpo serán distintas, con diferentes variantes genéticas en distintas partes del cuerpo, con alteraciones diversas que pueden ser leves, graves o muy graves, y que pueden afectar a cualquier órgano.
Las consecuencias negativas y posibles patologías que pueden desarrollar son imprevisibles. De ahí la enorme irresponsabilidad cometida por He al permitir que estos embriones editados fueran gestados y dieran lugar a recién nacidos. Por ello, estas niñas deberán ser monitorizadas el resto de sus vidas. Ellas y sus posibles descendientes, al tratarse de cambios irreversibles en su genoma.
Y, por supuesto, no serán inmunes al virus del sida, que es lo que pretendía hacer He. Para empezar, debido a su mosaicismo no todas sus células tendrán el gen CCR5 inactivado. Además, una de las gemelas tiene solo una de las dos copias del gen inactivadas. Las otras mutaciones que han trascendido no está claro que impliquen la inactivación del gen. Por otro lado, el virus puede acceder a las células de otras maneras.
Para empeorarlo aun más, el gen CCR5 no está en nuestro genoma para actuar de puerta de entrada del virus del sida, sino que cumple funciones importantes en el sistema inmunitario. Funciones que desaparecerán en estas niñas, con consecuencias imprevisibles. También sabemos que la ausencia de este gen puede incrementar la infección por el virus de la fiebre del Nilo occidental y la mortalidad tras la infección por el virus de la gripe.
Hacen falta normas internacionales
La realidad es que nada sabemos de los detalles del experimento, más allá de unos vídeos que el investigador publicó en YouTube y su presentación en Hong Kong.
He dice que ha enviado un artículo para su publicación en una revista, sin querer contar nada más. No parece haber depositado sus datos en ningún servidor de prepublicaciones como bioRxiv, donde se suelen compartir los trabajos antes de su publicación definitiva.
En resumen, no podemos confirmar lo que ha hecho con estas familias.
La misma ley china que se ha saltado irresponsablemente He es a la que se acoge para decir que no puede revelar las identidades de las personas involucradas para preservar su privacidad. Esta confidencialidad, justificada y razonable, no debería impedir que terceros pudieran revisar datos y muestras biológicas, una práctica habitual en todo el mundo. De otra manera, solo tenemos su palabra.
China cuenta con muchos investigadores excepcionales, que cumplen la ley y someten sus experimentos a revisión por parte de los comités de ética correspondientes, para obtener los permisos sin los cuales no se pueden abordar los experimentos. El caso de He es excepcional, aunque sorprende que haya podido llegar tan lejos sin el conocimiento de las autoridades.
Este caso pone de manifiesto una falta de normas internacionales a las que todos los países deberían sumarse. Existen diversas iniciativas, como la asociación ARRIGE, que promueven la discusión de estos temas y el uso responsable de la edición genética. No se me ocurre mejor foro que las Naciones Unidas, a través de la UNESCO, para crear una norma que regule las aplicaciones de edición genética en humanos y que supedite su uso a la seguridad de las mismas. Por ejemplo, a través de la modificación de la Declaración Universal del Genoma Humano y de los Derechos Humanos.
La falta de datos y confirmación independiente genera dudas y suspicacias. Aunque técnicamente es posible, también podría ser una invención. Si así fuera, no sería el primer investigador involucrado en un caso de fraude. Por una vez, yo me alegraría de que esa fuera la explicación a todo este revuelo. Me encantaría que todo fuera un cuento chino. Porque eso querría decir que un experimento que nunca debería haberse realizado no habría ocurrido. Y, sobre todo, que las niñas Lulu y Nana no habrían nacido.
Lluís Montoliu, investigador en Biología Molecular y Celular, Centro Nacional de Biotecnología (CNB – CSIC)
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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