Culturerías: ‘Prohibido respirar durante la función’ por Omar G. Villegas
Por Omar G. Villegas |
El fin de semana fui al concierto que el contratenor Philippe Jaroussky ofreció en el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México. El francés se echó a la bolsa al público con un repertorio de mélodies y chansons francesas sobre poemas de Paul Verlaine. Al final ofreció cuatro encores más a petición de un público desbordado en aplausos y vítores.
Sin embargo, aun con lo meritorio del recital de Jaroussky, este texto no es una crónica del mismo. Más bien es un comentario a colación del público y su comportamiento en un acontecimiento cultural desde una función de cine hasta un concierto de cámara. Ya había pensando al respecto antes desde distintas posturas: desde las más protocolarias y rituales hasta las más laxas.
Me explico y para ello primero un poco de contexto. Llegué tarde y admito la falta de respeto hacia el resto del público que ello implica. No obstante, la reacción de la gente me pareció desproporcionada. Torcían la boca, no quitaban los pies provocando que tropezara, gruñían y sólo alguna que otra persona se levantó para que pudiera pasar rápido y sin interrumpir de más.
Ya durante el recital la gente estaba como petrificada. No se movía ni hablaba. Contenía la respiración y tenía el gesto adusto. Cuando alguien se atrevía a expresar su emoción con un aplauso o con un signo de admiración, no faltaba quien callaba a toda la sala con un sonoro shhh. En el intermedio la mayoría salió corriendo de la sala. Hasta diría que emitieron al unísono un suspiro de alivio.
Luego recordé las constantes quejas que leo en las redes sociales respecto a cómo se comporta el público en el cine: gente que platica, que mastica a boca tendida las palomitas o el menú completo de comida chatarra, que comenta y adelanta detalles de lo que pasará, que responde el celular y lo revisa. En fin. El listado de lamentos es tan largo como las condiciones que esas mismas personas ponen para salir con alguien.
Ahora sí me refiero a lo que quería comentar. Acepto que acudir a espectáculos públicos requiere de comportamientos que nos permitan convivir y disfrutar el show a todos. También que las experiencias culturales se han complejizado y vinculado con otras. Cine, teatro, música, danza inevitablemente entroncan con gastronomía, marketing, entretenimiento. Sobre todo en el cine y sus salas «comerciales» con pantallas titánicas, 3D y 4D donde ver una película ya trasciende por mucho el simple acto de sentarse y ver.
En las grandes cadenas de cine el menú de comida ya no sólo incluye palomitas sino sándwiches, crepas, refrescos, tés, cafés y una inmensa variedad de alimentos y golosinas. En los otros espectáculos ocurre algo similar. Incluso en salas especializadas y clásicas cada vez se apuesta más por experiencias integrales. La cultura y el entretenimiento ya no son ámbitos divorciados (me pregunto si alguna vez lo han estado) aun cuando haya quienes se empeñan en distinguirlos de manera tajante.
El asunto es que tras el concierto de Jaroussky pensé que lo mejor es optar por el justo medio. Y conste que hasta no hace tanto pensaba lo contrario y de hecho una vez escribí, quejándome cual plañidera, del comportamiento inadecuado y adolescente del público que acudió al concierto de Lana del Rey en el Auditorio Nacional de la Ciudad de México en octubre de 2014. Casi no la escuché a ella. Su voz quedó apabullada por los gritos de los fans que nunca pararon sus alaridos.
Pero en estos momentos no estoy de acuerdo en quienes asumen la experiencia estética sólo desde el tánatos: desde una actitud zombi, de muerto en vida, en la que incluso respirar está prohibido. Ahora bien. Tampoco creo que el referente sean aquellos que la convierten en un acto circense que termina anulándola. Tal es el caso de los conciertos que involucran a estrellas mediáticas. Ahí uno ya no suele atender el espectáculo sino a los fans que no paran de gritar, beber alcohol y bailotear sin ton ni son.
Me dirán que estoy confundiendo peras con manzanas. Que estoy confundido. Que cada espectáculo requiere sus comportamientos y actitudes. Que hay una base común de protocolo. Que el ritual solemne es parte del encanto. Que no es lo mismo un concierto de los Chemical Brtohers, Lana del Rey o Madonna a uno de Jaroussky, a una función de danza o a una exposición de arte. Que hay espectáculos para el mero gozo y otros para la reflexión. En fin. Estas y otras precisiones certeras.
Aunque mi llamado es justamente a la media. A no querer convertir la experiencia estética y el ocio en funerales ni es pistas circenses. Y el justo medio involucra entusiasmo y atención en igual medida. Deleite y discernimiento. Al final del concierto de Jaroussky el público estaba exultante. Entregado. Al final sus poses se desmoronaron. Salieron sobrando. El regocijo es la vía más adecuada para plantarse ante el acontecimiento artístico. Pero a partir de un regocijo respetuoso no del acartonamiento sino del deleite comunitario.
Omar G. Villegas | Twitter: @omargvillegas |
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