Cómo la cultura milenaria indígena ayudó a unos niños de Colombia a sobrevivir en la selva durante 40 días
Los niños indígenas se impregnan de la sabiduría de la selva y aprenden técnicas de supervivencia a partir de edades tempranas. Gracias a eso han sobrevivido durante más de un mes cuatro niños perdidos en la selva colombiana.
El descubrimiento y rescate de cuatro niños indígenas, 40 días después de que el avión en el que viajaban se estrellara en la remota selva colombiana, fue aclamado por la prensa internacional como un “milagro en la selva”.
Pero como antropólogo que ha pasado más de un año viviendo entre los andoques de la región, realizando trabajo de campo etnográfico, me cuesta calificar el desenlace de este suceso como un “acontecimiento milagroso”, así sin más.
Al menos, no se trata de un milagro en el sentido convencional de la palabra. Más bien, la supervivencia y el hallazgo de estos niños pueden atribuirse al profundo conocimiento del intrincado bosque y a las habilidades de adaptación transmitidas de generación en generación por los indígenas.
Durante la búsqueda de los niños, estuve en contacto con Raquel Andoque, una anciana maloquera (propietaria de una casa larga ceremonial), hermana de la bisabuela de los niños. En repetidas ocasiones expresó su firme convicción de que los niños serían encontrados con vida, aludiendo a la autonomía, astucia y resistencia física de los menores de la región.
Incluso antes de empezar la escuela primaria, los niños de esta zona acompañan a sus padres y parientes mayores en diversas actividades como la jardinería, la pesca, la navegación por los ríos, la caza y la recolección de miel y frutos silvestres. De este modo, adquieren habilidades y conocimientos prácticos, como los que demostraron los hermanos Lesly, Soleiny, Tien y Cristin durante su calvario de 40 días.
Habilidades de supervivencia
Los niños indígenas suelen aprender desde pequeños a abrirse camino entre la densa vegetación, a distinguir los frutos comestibles de los que no lo son. Saben encontrar agua potable, construir refugios contra la lluvia y colocar trampas para animales. Aprenden a identificar las huellas y los olores de los animales y evitar a los depredadores –como jaguares y serpientes– que acechan en el bosque.
Los niños amazónicos no suelen tener acceso al tipo de juguetes y juegos comerciales con los que crecen los niños de las ciudades. Por eso se convierten en expertos trepadores de árboles y participan en juegos que les enseñan las herramientas de los adultos fabricadas con materiales naturales, como remos o hachas. Esto fomenta su comprensión de las actividades físicas y les ayuda a aprender qué plantas sirven para qué fines específicos.
Las actividades de las que la mayoría de los niños occidentales estarían protegidos –manipular, despellejar y descuartizar animales de caza, por ejemplo– proporcionan lecciones de zoología de valor incalculable. Incluso podría decirse que fomentan la resiliencia emocional.
Cuando acompañan a sus padres y parientes de excursión por la selva, los niños indígenas aprenden a orientarse por la densa vegetación siguiendo la posición del sol en el cielo.
Como los grandes ríos de la mayor parte del Amazonas fluyen en dirección opuesta a la del sol, la gente puede orientarse hacia esos ríos principales. El rastro de huellas y objetos dejado por los cuatro niños reveló su progresión general hacia el río Apaporis, donde quizá esperaban ser vistos.
Historias, canciones y mitos
Los conocimientos contenidos en historias míticas transmitidas por padres y abuelos son otro recurso inestimable para manejarse por el bosque. Estas historias describen a los animales como seres plenamente sensibles, que se dedican a hacer travesuras, a proporcionar sustento o incluso a salvarse la vida unos a otros.
Aunque pueden resultar incomprensibles para el público no indígena, en realidad encierran las intrincadas interrelaciones entre los seres humanos, las plantas y los animales. Y transmiten cómo pueden unirse para preservar el medio ambiente y evitar daños ecológicos irreversibles.
Este sofisticado conocimiento se ha desarrollado a lo largo de milenios durante los cuales los pueblos indígenas no sólo se han adaptado a sus territorios forestales, sino que los han moldeado activamente. Es un conocimiento profundamente arraigado que se enseña a los indígenas locales desde la primera infancia, de modo que se convierte en algo natural para ellos.
Se ha convertido en parte de la cultura de cultivar y cosechar, algo que se enseña a los bebés y a los niños. Y lo mismo pasa con el conocimiento de todo tipo de fuentes de alimentos y tipos de carne de animales silvestres.
Cuidarse los unos a los otros
Uno de los aspectos de esta “milagrosa” historia que ha maravillado a los occidentales es cómo, tras la muerte de la madre de los niños, Lesly, de 13 años, se las arregló para cuidar de sus hermanos pequeños, incluida Cristin, que sólo tenía 11 meses cuando se estrelló el avión.
Pero en las familias indígenas se espera que las hermanas mayores actúen como madres sustitutas de sus parientes más jóvenes desde una edad temprana. Iris Andoke Macuna, pariente lejana de la familia, me dijo:
Para algunos blancos [no indígenas], parece algo malo que llevemos a nuestros hijos a trabajar al huerto, y que dejemos que las niñas carguen con sus hermanos y cuiden de ellos. Pero para nosotros es algo bueno, nuestros hijos son independientes, por eso Lesly pudo cuidar de sus hermanos durante todo este tiempo. La endureció y aprendió lo que sus hermanos necesitan.
El lado espiritual
Durante 40 días y 40 noches, mientras los cuatro niños estaban perdidos, los ancianos y los chamanes realizaron rituales basados en creencias tradicionales que implican relaciones humanas con entidades conocidas como dueños en español, y con diversos nombres en las lenguas nativas (como i’bo ño̰e, que significa “personas de allí” en andoque).
Se cree que estos dueños son los espíritus protectores de las plantas y animales que viven en los bosques. Los niños son presentados a estos poderosos propietarios en ceremonias de entrega de nombres, que garantizan que estos espíritus reconozcan y admitan la relación con el territorio y su derecho a prosperar en él.
Durante la búsqueda de los niños desaparecidos, los ancianos llevaron a cabo diálogos y negociaciones con estas entidades en sus casas ceremoniales (malocas) por todo el Caquetá Medio y en otras comunidades indígenas que consideran el lugar del accidente parte de su territorio ancestral. Raquel me explicó:
Los chamanes se comunican con los sitios sagrados. Ofrecen coca y tabaco a los espíritus y dicen: “Toma esto y devuélveme a mis nietos. Son míos, no vuestros”.
Estas creencias y prácticas tienen un significado importante para mis amigos del Caquetá Medio, que atribuyen firmemente la supervivencia de los niños a estos procesos espirituales más que a los medios tecnológicos empleados por los equipos de rescate del ejército colombiano.
A los no indígenas nos puede resultar difícil aceptar estas ideas tradicionales. Pero estas creencias habrían inculcado en los niños la fe y la fortaleza emocional cruciales para perseverar en la lucha por la supervivencia. Y habrían animado a los indígenas que los buscaban a no perder la esperanza.
Los niños sabían que su destino no era morir en la selva, y que sus abuelos y chamanes moverían cielo y tierra para traerlos vivos de vuelta a casa.
Una situación vulnerable
Lamentablemente, estos conocimientos tradicionales, que han permitido a los pueblos indígenas no solo sobrevivir sino prosperar en la Amazonia durante milenios, están amenazados. La creciente invasión de tierras para la agroindustria, la minería y las actividades ilícitas, así como la negligencia estatal y las intervenciones sin el consentimiento indígena, han dejado a estos pueblos en una situación vulnerable.
Se están poniendo en peligro los cimientos de la vida en los que se asienta este conocimiento, los territorios que le sirven de base y las propias personas que lo conservan, desarrollan y transmiten.
Es imperativo preservar este conocimiento inestimable y las habilidades que dan vida a los milagros. No debemos permitir que se marchiten.
Eliran Arazi, PhD researcher in Anthropology, Hebrew University of Jerusalem and the School for Advanced Studies in the Social Sciences (Paris)., Hebrew University of Jerusalem
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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