¿Por qué, a veces, las cosas negativas se repiten una y otra vez?
Por Daniel Colombo |
Tanto en la vida personal, como profesional, y como sociedad (por ejemplo en una ciudad, o país entero), hay situaciones negativas que se repiten una y otra vez. Una mirada rápida podrá sentenciar que no hay explicación aparente. Sin embargo, buceando en la verdad que yace en el origen, las manifestaciones recurrentes de situaciones que van en contra de la transformación y espíritu de evolución, encuentran su razón en un anclaje del pasado.
Las personas, sociedades y entornos que no son flexibles a los cambios naturales universales, e incluso le presentan resistencia, son más pasibles de sufrir las consecuencias. Esto obedece a que, en el origen, cuando se produjo el primer hecho de esa naturaleza, o parecido, no se elaboró convenientemente el aprendizaje oculto.
Cuando como sociedad hay hechos desgraciados que se repiten, hay procesos que no terminaron de internalizarse. Es posible que se los haya querido ocultar, relativizar, dejar pasar, asimilar como una fatalidad o desgracias de la vida. Es decir, se los naturalizó de tal forma que -al igual que en la vida cuando perdemos un ser querido- no se hizo el duelo como corresponde.
¿Por qué una sociedad entera no querría hacer las cosas bien en cuanto al aprendizaje de lo doloroso? Porque le escapamos al dolor. Esta conducta es innata a todos los seres humanos; huimos y preferimos enfocarnos en una mirada menos conmovedora de los hechos. Por supuesto, las personas directamente afectadas viven su calvario cotidiano desde el primer minuto. A partir de lo dicho, es así como encuentra sentido (sin que esto signifique adherir a dicha resultante) la lentitud de la justicia, el ocultamiento de pruebas, la falta de condena de los responsables y el doloroso derrotero de aquellos que buscan respuestas.
Las organizaciones, desde una familia con su pequeño núcleo, hasta un país entero, quiere escapar del dolor y la tristeza. Por eso que se esquiva la situación de vivirlo intensamente, sufrirlo y así, ponerle límite. ¿Son masoquistas las personas que quieren forzar las cosas, incluso hasta la tragedia? No necesariamente. Lo que sí son relativistas en cuanto al peor resultado que puede conquistarse.
· El costo de no asumir la responsabilidad
Cada vez que se transgrede una norma o de la suaviza o edulcora en pos del entretenimiento, del bien común o del aparente resultado positivo que traerá, y no se considera el impacto negativo que podrá tener, se retrocede en la historia de evolución. Este empecinamiento y tozudez humana e institucional lleva a que las situaciones se repitan. Ya sea que las cosas salgan bien y no haya consecuencias que lamentar -es aquí cuando se produce un efecto sedante amparado por el “no pasa nada”- como cuando ocurren las tragedias –“nadie preveía una cosa así”-, lo único que se logra es desdibujar la figura más fuerte y representativa de estos casos: la responsabilidad.
La responsabilidad es la habilidad para responder. Responder ante la previsión y ante la imprevisión. Responder de los adultos frente a sus hijos cuando les permiten hacer un viaje o una actividad de potencial peligro; y luego se quejan y lamentan las consecuencias. Responder hasta con la propia vida, testificada en los muertos de los desastres que se pueden evitar.
Entonces, la conducta repetitiva de no procesar lo negativo y trágico de la vida convenientemente, se devuelve igual, aunque magnificado: cada vez será peor. “La vida es tan buena maestra, que si no aprendiste una lección te la repite”, es una frase conocida dentro del mundo del coaching y del desarrollo de la estima personal.
Así, el ser humano se va entrenando en una “compulsión de la repetición”, a través de la que le parece natural provocar, permitir y convocar nuevamente las mismas situaciones a través de ese impulso inconsciente.
Las personas suelen caer en la trampa una y otra vez, porque el ego se encarga de engatusarlos y de que tropiecen con la misma piedra. Tampoco toman demasiado en cuenta la experiencia del entorno, partiendo del pensamiento mágico de “a mí no me va a pasar”, por más que estén todas las evidencias a la vista.
Algunos motivos son la ausencia de límites en la primera infancia; la falta de diálogo en la adolescencia, y la restricción de la consciencia y responsabilidad personal ya de adultos. En un plano mayor, al no haber aprendido la lección, las cosas se repiten una y otra vez.
· ¿Qué hacer?
1. No reprimir el dolor.
2. Resignificar lo doloroso y transformarlo en aprendizaje
3. Conversar a su tiempo sobre lo que necesita evolucionar dentro nuestro.
4. Reconocer que soy parte del problema, y que no tengo por qué hacerlo recurrente.
5. Dejar la rebeldía y el “no va a pasar nada” para otra situación: si hay peligro latente o manifiesto, es sano auto cuidarse y permitir que otros lo hagan conmigo.
6. Aceptar la realidad y la contundencia de experiencias del pasado, para no invitar a que vuelva a presentarse la tragedia y el dolor en mi vida. De todas formas, habrá experiencias desafiantes. Lo que no hace falta es convocarlas una y otra vez.
7. Estar atento a las señales: por lo general, hay indicios que develan el posible final trágico.
8. Establecer mecanismos detonadores internos. ¿Qué es “eso” que me lleva a hacer aquello que quizás provoque un resultado negativo y doloroso?
9. Buscar ayuda terapéutica ante la recurrencia, para elaborar los traumas y problemas del pasado, para conquistar mayor claridad y libertad de vida.
10. Saber que somos seres humanos. Y esto incluye el proceso de aprendizaje, incluso a partir del dolor.
Daniel Colombo | www.danielcolombo.com | Tw @danielcolombopr | Ig: @daniel.colombo
Coach especializado en alta gerencia y profesionales; conferencista internacional; escritor y comunicador profesional
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