¿Son más saludables los alimentos “ricos en fibra” que venden en los supermercados?
Asociamos la fibra con salud y no nos equivocamos. Por eso muchos alimentos procesados proclaman a los cuatro vientos que la contienen. Esto nos lleva a pensar que los productos en los que se destaca la presencia de este nutriente son saludables. ¿Estamos en lo cierto?
Elegir un producto de entre todos los que abarrotan los lineales de los supermercados puede ser difícil. El color, las imágenes y cualquier texto que figura en los envases influye en la decisión. Destacar la presencia o ausencia de uno o varios nutrientes en un producto es una de las maneras de llamar nuestra atención (rico en fibra, sin grasa, etc).
Estos reclamos se denominan declaraciones nutricionales e influyen en nuestra percepción de los alimentos y en la decisión de compra. La creencia de que un alimento con declaraciones nutricionales es saludable, o mejor que uno que no las lleva, puede ser una forma de decantar la balanza.
En busca de la verdad tras los reclamos publicitarios
La fibra es uno de los nutrientes más utilizados en estos reclamos y, al margen de sus beneficios demostrados, está rodeada de todo un imaginario que le atribuye muchas otras virtudes. Esto viene provocado por numerosas campañas de publicidad dirigidas, mayoritariamente, a las mujeres. Ya sea con vientres planos, cuerpos esbeltos o de muchas otras formas, nosotras somos su principal objetivo.
Los productos hechos de cereales (cereales de desayuno, pan, galletas, etc.) son los que más utilizan los reclamos sobre la fibra para llamar nuestra atención. Curiosamente, también los usan muchos sustitutos veganos de carne, probablemente como valor añadido frente a esta, que nunca contiene dicho nutriente.
En este punto, la pregunta es obvia. ¿Son realmente saludables todos esos productos que hacen declaraciones sobre la fibra? ¿Resultan mejores que los que no las anuncian? Para responder a estas preguntas, los autores de este artículo hemos llevado a cabo un estudio.
Ricos en fibra sí, pero también en sal, grasa y azúcares libres
Pero antes que nada, expliquemos brevemente cómo hicimos esta investigación. Para calificar un producto como saludable no vale con que algún experto lo diga, sino que hay que aplicar criterios validados. Uno de los más sencillos es el modelo de perfil de nutrientes de la Organización Panamericana de la Salud y de la oficina regional de la Organización Mundial de la Salud en las Américas.
Además, para llegar a conclusiones válidas, es necesario analizar muchos productos de cada tipo. Pues bien, al aplicar esos criterios a más de 2 300 productos a la venta en España, los resultados fueron sorprendentes. Cerca del 90 % de los alimentos analizados que hacen reclamos sobre la fibra no son saludables porque tienen mucha sal, grasa, azúcares libres, grasas saturadas o llevan edulcorantes.
Con semejante proporción de opciones insanas, podría parecer innecesario compararlos con los que no hacen declaraciones sobre la fibra. Sin embargo, merece la pena fijarnos en los nutrientes de manera individual.
Beneficios irrelevantes
Para comparar nutricionalmente esos dos tipos de productos es necesaria la estadística. Esta determina si las diferencias encontradas son reales (significativas) o son producto del azar. Así, aplicando test estadísticos, encontramos muchas distinciones significativas entre los productos con reclamos sobre la fibra y los que no los hacen.
Sin embargo, aquí es necesaria una vuelta de tuerca más. Aunque las diferencias sean significativas, su importancia nutricional puede resultar escasa. Por ejemplo, las galletas con declaraciones sobre la fibra aportan 18 kcal menos por cada 100 gramos que las otras, lo que no va a tener efecto en la dieta de las personas que las consuman.
Que los cereales de desayuno “ricos en fibra” contengan un 15 % más de proteínas tampoco mejorará nutricionalmente sus vidas. Por lo tanto, se hace necesario un criterio extra, que es el que figura en el reglamento de la Comisión Europea sobre las declaraciones nutricionales. Aquí se indica que el cambio debe ser al menos del 30 % para cualquier nutriente, excepto del 25 % para la sal.
Al aplicarlo, las diferencias entre productos con reclamos sobre la fibra y los que no los llevan son escasas. La más importante es que todos los tipos de alimentos analizados tienen más fibra. Esto se debe a que utilizan más cereales integrales y otros compuestos específicos (distintos tipos de fibra, inulina, celulosa, hemicelulosa, gomas, mucílagos, etc.).
Apenas hay cuatro cambios más con relevancia. Dos de ellos apuntan hacia una mejora nutricional: las galletas y el pan tostado y productos similares tienen menos grasas saturadas. Sin embargo, los otros dos señalan hacia un empeoramiento: el pan industrial y los sustitutos de carne contienen más grasa.
Atentos a los nutrientes que realmente importan
Sabemos que los reclamos que destacan algún nutriente afectan a nuestra percepción de los alimentos. Así, las declaraciones sobre la fibra nos pueden hacer creer que esos productos son mejores que el resto. Tras analizar un montón de ellos, nuestra conclusión es que, más allá de la fibra, ni son mejores, ni son saludables.
Por lo tanto, aunque nos suponga un mayor esfuerzo, debemos consultar la tabla nutricional y los ingredientes. De esta forma podremos centrar nuestra atención en lo que realmente importa: las grasas, las grasas saturadas, los azúcares y la sal. Intentar elegir aquellos productos con el menor contenido de estos nutrientes debe ser nuestro objetivo.
Si queremos fibra, es preferible comer frutas, verduras, legumbres, pastas y panes integrales. Nos aportarán este y otros muchos nutrientes esenciales para nosotros.
Ana Belén Ropero Lara, Profesora Titular de Nutrición y Bromatología – Directora del proyecto BADALI, web de Nutrición. Instituto de Bioingeniería, Universidad Miguel Hernández; Fernando Borrás Rocher, Profesor Bioestadística Facultad Medicina, Universidad Miguel Hernández y Marta Beltrá García-Calvo, Profesora de Nutrición y Bromatología. Colaboradora del proyecto BADALI, web de Nutrición. Instituto de Bioingeniería, Universidad Miguel Hernández
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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