Si su teléfono nació sobre una montaña de residuos tóxicos, no será tan inteligente
Patrick Byrne, Liverpool John Moores University y Karen Hudson-Edwards, University of Exeter
De aquí a 2020 habrá en el mundo cerca de cinco mil millones de personas que usarán un smartphone o teléfono inteligente. Cada dispositivo se fabrica con numerosos metales preciosos, y muchas de sus principales funcionalidades no serían posibles sin ellos. Algunos de estos metales, como el oro, son de sobra conocidos, pero otros, como el terbio, nos suenan menos.
La extracción de estos metales es una actividad fundamental en la que se sustenta la economía mundial moderna. Pero el coste ambiental puede ser enorme, probablemente mucho mayor de lo que nos imaginamos. Vamos a examinar los principales metales que se emplean en la fabricación de los smartphones, el uso que se les da y el coste ambiental que supone extraerlos del suelo.
Vertidos de residuos mineros
El hierro (20%), el aluminio (14%) y el cobre (7%) son los tres metales más presentes en un smartphone medio. El hierro se usa en los altavoces, en los micrófonos y en las carcasas de acero inoxidable. El aluminio se utiliza como alternativa ligera al acero inoxidable y también en la fabricación del cristal resistente que se usa en las pantallas de estos dispositivos. El cobre se emplea en los circuitos eléctricos.
Sin embargo, cuando se extraen estos metales de la tierra, se generan enormes cantidades de desechos sólidos y líquidos (residuos de la extracción minera), que se almacenan normalmente en inmensos embalses que pueden abarcar superficies de varios kilómetros cuadrados. Los desastrosos vertidos de residuos de minería que se han producido en los últimos años ponen de relieve el peligro que entraña aplicar métodos de construcción inadecuados y métodos de supervisión poco estrictos.
El mayor vertido registrado tuvo lugar en noviembre de 2015, cuando, tras romperse una presa en una mina de hierro en el estado de Minas Gerais (Brasil), acabaron en el río Doce unos 33 millones de metros cúbicos de residuos de alto contenido en hierro (cantidad suficiente para llenar 23.000 piscinas olímpicas). Los residuos inundaron los pueblos vecinos, acabaron con la vida de 19 personas y recorrieron 650 kilómetros hasta llegar al océano Atlántico 17 días más tarde.
Este fue uno de los 40 vertidos de residuos de la extracción minera que se han producido en los últimos diez años, y todavía se desconoce en gran medida cuáles serán las consecuencias ecológicas y humanas a largo plazo. Con todo, lo que es indudable es que, a medida que aumenta nuestra avidez de tecnología, las presas de residuos mineros crecen en número y tamaño, y, por tanto, también se agrava el riesgo de rotura.
Destrucción de ecosistemas
El oro y el estaño también se emplean frecuentemente en los smartphones. La extracción de estos metales es la causa de graves desastres ecológicos que se producen desde la Amazonía peruana hasta las islas tropicales de Indonesia.
En los móviles, el oro se usa sobre todo para fabricar conectores y cables. La minería aurífera es una de las principales causas de deforestación en el Amazonas. Además, la extracción de oro genera residuos de alto contenido en cianuro y mercurio, dos sustancias sumamente tóxicas que pueden contaminar el agua potable y la pesca, lo que tiene graves repercusiones en la salud humana.
En electrónica, el estaño se utiliza para las soldaduras. El óxido de indio y estaño se usa para aplicar a las pantallas de los smartphones un revestimiento conductor, fino y transparente que permite la función de la pantalla táctil. Los mares que rodean las islas Bangka y Belitung de Indonesia proporcionan cerca de un tercio del suministro mundial de este metal. Sin embargo, el dragado a gran escala del fondo marino para extraer tierra de alto contenido en estaño ha destruido su valioso ecosistema de arrecifes de coral, y el declive del sector pesquero ha acarreado problemas económicos y sociales.
¿El lugar más contaminado del planeta?
¿Qué hace que su teléfono sea inteligente? La inteligencia del móvil se debe a sus componentes elaborados a partir de tierras raras, un grupo de 17 metales que reciben nombres extraños, como praseodimio, y que se extraen principalmente en China, Rusia y Australia.
Las tierras raras, que a menudo se denominan “metales tecnológicos”, son fundamentales para el diseño y la funcionalidad de los smartphones. La nitidez de los altavoces, los micrófonos y la vibración del dispositivo son posibles gracias a unos motores e imanes pequeños y potentes que se fabrican con neodimio, disprosio y praseodimio. Y el terbio y el disprosio se usan para producir los colores vivos de la pantalla del teléfono.
La extracción de tierras raras es una actividad difícil y contaminante que, por lo general, implica el uso de ácidos sulfúrico y fluorhídrico y la producción de enormes cantidades de residuos muy tóxicos. Tal vez el ejemplo más inquietante del coste ambiental que entraña nuestra avidez por el smartphone, y el que más nos invite a pensar, sea el “lago mundial de residuos tecnológicos” ubicado en Baotou (China). Este lago artificial se creó en 1958 y acumula lodo tóxico derivado de las operaciones de tratamiento de tierras raras.
Los valiosos metales que se usan en la fabricación de los smartphones son un recurso finito. Según estimaciones recientes, algunas tierras raras se agotarán en los próximos 20 a 50 años, lo que hace que nos preguntemos si para entonces seguirá habiendo teléfonos inteligentes.
Para reducir el impacto ambiental de estos dispositivos es preciso que los fabricantes alarguen la vida útil de los productos, hagan que el reciclaje resulte más sencillo y sean claros con respecto a dónde obtienen sus metales y cuáles son los efectos ambientales.
Las empresas mineras de todo el mundo han hecho grandes avances para poner en práctica una actividad minera más sostenible. Pero también es necesario que nosotros, como consumidores, dejemos de considerar que los teléfonos inteligentes son un artículo desechable y empecemos a reconocer que constituyen un recurso de gran valor que conlleva una enorme carga ambiental.
Patrick Byrne, Senior Lecturer in Geography, Liverpool John Moores University y Karen Hudson-Edwards, Professor in Sustainable Mining, University of Exeter
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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