Sentarse recto puede causar dolor de espalda
La necesidad de reducir las interacciones sociales como medida preventiva ante el covid-19 ha potenciado el teletrabajo de forma extraordinaria. Y eso ha dado lugar a muchas conversaciones sobre los riesgos laborales del teletrabajo.
La discusión sobre las consecuencias negativas, tanto para la salud visual como para la columna vertebral, de pasar muchas horas sentados delante de pantallas no es nueva. Ya en el año 1.700, en De Morbis Artificum Diatriba, Bernardino Ramazzini informaba sobre las patologías que sufrían los escribanos por “estar constantemente sentados”.
Es evidente que si un mobiliario inadecuado o una mala iluminación pueden tener consecuencias negativas, cambiarlos resulta fácil. Lo difícil es mantener la postura de sedestación considerada idónea. Y es que mantenernos rectos mientras estamos sentados no solo parece misión imposible, sino que hasta puede generar dolor.
La sedestación recta, un mito de origen social
Como toda actividad humana, la sedestación no está exenta de convenciones sociales y culturales. Los faraones egipcios fueron los primeros en utilizar sillas como elemento ceremonial mientras los miembros de su corte permanecían de pie a su alrededor. Años después, en Roma, los senadores se sentaban en bancos de mármol llamados scamnum, mientras que la única silla disponible, llamada curul, se reservaba para personajes ilustres.
El uso de las sillas se ha ido democratizando desde el renacimiento, aunque en la corte de Luis XIV solo el rey podía usar asientos con reposabrazos, por su parecido con los tronos. Sentarse en una silla sigue teniendo significado social incluso hoy día y, por ejemplo, cuando entramos en una vivienda ajena esperaremos a que nuestro anfitrión nos de permiso –o se lo pedimos nosotros– antes de sentarnos.
Es habitual escuchar la recomendación de mantener el tronco erguido mientras estamos sentados. Entre otras cosas, porque mantener el tronco erguido ya es un elemento simbólico por sí mismo. Sea andando, de pie o sentado, un tronco erguido trasmite una sensación más favorable que un tronco encorvado.
El autor del primer artículo publicado en una revista científica sobre la posición de sedestación (Staffel F., en 1884), preocupado por mantener una posición erguida, manifestó que “los asientos que más se acercan a la posición de bipedestación son las sillas de montar”. Pero era consciente de que “un asiento con forma de silla de montar no satisface la necesidad legítima de descansar lo suficiente durante un período prolongado”. Así que diseñó un nuevo modelo de silla para intentar mantener el tronco erguido sin necesidad de esfuerzo muscular. Todo por dar buena imagen.
A pesar de las incontables recomendaciones sobre sentarse erguido y los múltiples intentos por diseñar sillas ergonómicas (de momento sin éxito rotundo), la gran mayoría de las personas somos incapaces de mantener esa posición. Espontáneamente, nuestro cuerpo tiende a adoptar otras posturas diferentes mientras estamos sentados. Como escribió Mandal, “en ningún otro campo de la actividad humana hay una discrepancia similar entre la teoría y la realidad”.
Me pongo de pie, me vuelvo a sentar
Resulta sorprendente que nos hayan vendido la posición erguida como la que protege la salud de nuestra columna mientras estamos sentados, cuando no existe evidencia científica que lo demuestre. El simple hecho de que los programas de escuela de espalda afirmen que es la “única” postura saludable para estar sentado, debería haber provocado rechazo.
Es más, hay quienes relacionan los dolores de espalda con forzar una postura erecta. Un trabajo presentado en 2006 en el Congreso de la Sociedad Radiológica de Norteamérica, con los resultados de resonancias magnéticas a sujetos sentados, llevaba por título: “¿Le duele la espalda? Sentarse recto puede tener la culpa”.
Por su parte, la NASA demostró hace unos años que, en ausencia de gravedad y en situación de reposo, nuestro organismo adopta espontáneamente una posición muy similar a la que adoptamos en una mecedora. Asiento que, por cierto, usaba habitualmente J.F. Kennedy para aliviar sus dolores de espalda.
Los resultados de otros estudios muestran ventajas de las posiciones que nuestro cuerpo adopta espontáneamente cuando está sentado. Por ejemplo, reclinando el respaldo hacia atrás o sentándonos en el borde del asiento con las rodillas flexionadas por debajo del nivel de las caderas se incrementa el ángulo entre el tronco y los muslos. Y eso relaja la musculatura y disminuye la presión que soportan nuestros discos intervertebrales.
En general, las postural adoptadas espontáneamente son posturas más cómodas que sentarse erguido y por eso pueden mantenerse más tiempo. No obstante, terminarán por provocar problemas si las mantenemos mucho tiempo mientras la actividad laboral reclama nuestra atención.
Lo mismo podemos afirmar respecto a nuestras rodillas, pies, codos o muñecas. Si seguimos al pie de la letra las instrucciones de la única postura recomendada como saludable y no las movemos con frecuencia, al cabo de unas horas de trabajo notaremos sobrecarga.
Lo que sí se ha demostrado es que, para minimizar la fatiga laboral, resultan más eficaces los cambios frecuentes de postura que intercalar tiempos de descanso, aunque sean prolongados. Lo adelantó Vernoon en 1924: “Los operarios que han de estar de pie durante su trabajo deben sentarse en el asiento más cómodo posible, mientras que los que trabajan sentados deben levantarse y sería mejor, si no supone ningún inconveniente, que caminen”.
En resumen, no es cómodo tumbarse en una mecedora para teletrabajar. Tampoco se ha inventado aún la silla ergonómica definitiva. Pero sí podemos intercambiar posturas, incluso sentados en la misma silla, sin el temor de creer que todas las que no impliquen tener la espalda recta son posturas erróneas. Lo fundamental es levantarnos con frecuencia.
Si estamos teletrabajando, ni nuestros jefes ni nuestros compañeros de trabajo se sorprenderán de nuestras posturas favoritas personales, ni de la cantidad de descansos que hacemos para caminar unos pasos. Aprovechémoslo.
Martín Eusebio Barra López, Departamento de Fisioterapia., Universitat Internacional de Catalunya
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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