¿Se puede ser mujer (de entre 35 y 40) y no estar estresada por la maternidad?
Tanto si se decide tener hijos como si no, entre los 35 y los 45 la mayoría de mujeres sienten el estresor maternal. Existen dos maneras de enfrentarse a él y vencerlo.
Hagamos una prueba sencilla: durante un día, contemos el número de mujeres con el que nos relacionamos y anotémoslo. También si alguna de ellas hace comentarios sobre la maternidad y qué tipo de comentarios. Estoy casi segura de que el estrés vinculado con la maternidad (o la ausencia de ella) saldrá a flote en alguno de ellos. Casi todas las mujeres lo sufren a partir de determinada edad, incluso aunque hayan decidido no ser madres.
En la actualidad, la etapa fértil estipulada por la biología y la fisiología del cuerpo de la mujer no coincide con la edad a la que una mujer se plantea ser madre. De hecho, la estabilidad laboral y emocional que necesita una mujer para tomar la decisión de ser madre suele llegar en las sociedades occidentales casi al final de esa etapa fértil. El resultado es que hay que hacer malabares para cuadrar la maternidad con la vida personal y laboral y por tanto, se retrasa la maternidad. Entra en escena el estresor maternal.
¿Qué es el estresor maternal?
Un estresor es todo aquel estímulo que la persona percibe como una amenaza ante su integridad física o psicológica. Si vinculamos esta descripción con la maternidad, un estresor maternal es una amenaza generalmente psicológica frente al hecho de ser madre o de no serlo.
Se trata de un estresor complejo ya que no solo proviene de hechos que podrían pasar en el futuro (como ocurre con el distrés de los trastornos de ansiedad, por ejemplo) sino que implica también amenazas del pasado (ejemplo: haber decidido ser madre sin tener el trabajo deseado o sentir ansiedad con 50 años por no haber sido madre). Aquí el reloj biológico establece un límite claro que rara vez se permite excepciones.
Se ha demostrado que esta imposición temporal, junto con la incertidumbre económica, genera altos niveles de estrés especialmente en las mujeres entre los 35 y los 45 y, como consecuencia, un retraso “justificado” de la maternidad. En el reciente estudio del Instituto Valenciano de Infertilidad (IVI), en colaboración con la empresa GFK, se destaca que, de las 1 000 mujeres entrevistadas con intención de ser madres, el 78 % ha retrasado su decisión debido al marco socioeconómico en el que se encuentran y el contexto nacional en el que viven. El estresor maternal aparece tanto cuando se es madre como cuando no.
Soy madre, ¿y ahora qué?
En algunas ocasiones, documentales e historias de instagram “maquillan” la maternidad y ofrecen una imagen tan idílica que, cuando una da a luz a su bebé y está cansada, con ojeras y un aspecto horrible, se llega a preguntar: ¿será que no quería ser madre?
La respuesta es no. Lo que ocurre es que el posparto es más duro de lo que cuentan. Numerosos estudios han demostrado los efectos psicológicos de las hormonas sexuales en el posparto y también que el cerebro de la madre cambia a nivel estructural y funcional debido a la neuroplasticidad. Algo que las stories de las redes sociales no suelen mostrar por la falta de atractivo, quizás.
Como profesional de la psicología, como acompañamiento para las mujeres que son madres por primera vez propongo realizar un proceso de duelo. ¿Un duelo si no ha muerto nadie? Sí, porque murió su vida antes de ser mamá. El cuerpo y la mente han cambiado, por lo que se ha de adaptar a esa “nueva versión” de sí misma. Ahora, con un menor a nuestro cargo, los esfuerzos físicos y cognitivos de su cuidado, se ha de integrar en el día a día.
Se ha de potenciar que las mujeres madres se reinventen con un nuevo plan de vida en el que combinar diferentes roles; no solo se es mamá sino que también existe el rol de mujer, trabajadora, hija, hermana, pareja, y un largo etc.
No quiero ser madre, ¿y ahora qué?
Esta es la cara B del mismo estresor: el hecho de decidir no ser madre también estresa a las mujeres. ¿Por qué, si ni el cerebro ni el cuerpo han cambiado?
La sociedad actual acepta que la maternidad se haya retrasado. Tal y como expone el informe publicado por Statista lo habitual es tener un primer hijo a partir de los 32 años, en casi todas las comunidades autónomas de España. Un dato que a muchos de los lectores de este artículo les parecerá pronto. Eso si, se le sigue dando valor al hecho de que la mujer quiera ser madre, aunque sea tarde.
¿Y si no quiero ser madre nunca? Ahí las circunstancias cambian. Algunas mujeres han reportado que se sienten juzgadas por no querer ser madres especialmente por otras mujeres que sí lo son o por su familia más cercana.
Desde la perspectiva psicológica, una de las hipótesis que podría justificar esta presión que siente la mujer que no quiere ser madre se debe a que lo que siente (rechazo a la maternidad) choca con su idea de familia tradicional. Hace 40 años, el porcentaje de mujeres con 35 años que no quería ser madre no se acerca apenas al porcentaje actual. Sin embargo y tal y como explican los expertos, el concepto de familia está cambiando, lo que supone un alivio para las mujeres que no quieren ser madres.
La mujer que ha decidido no ser madre deberá trabajar sus esquemas cognitivos y sus creencias en torno al concepto de familia hasta llegar a la aceptación de que cada uno tiene derecho a vivir como quiere vivir con las demandas y los recursos que tiene.
En definitiva, tanto si una mujer pretende ser madre como si no, la maternidad en sí misma puede causarle una respuesta de estrés, especialmente entre los 35 y los 40 años. En ambas situaciones, el abordaje psicológico debería poner el foco en la aceptación de la decisión tomada desde un proyecto personal legítimo e indiscutible.
Si todas las mujeres lo hicieran sin juicios podríamos observar un verdadero cambio social alrededor de la maternidad.
María J. García-Rubio, Codirectora de la Cátedra VIU-NED de Neurociencia global y cambio social – Miembro del Grupo de Investigación Psicología y Calidad de vida (PsiCal) – Profesora de la Facultad de Ciencias de la Salud de la Universidad Internacional de Valencia, Universidad Internacional de Valencia
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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