A principios de año, el rapero madrileño El Jincho publicó la canción “Conspiraciones”. En esta entremezcla viejas teorías (la Atlántida, el Área 51, la llegada del hombre a la Luna) con otras más modernas (la tierra plana, el Gran Reseteo, el primado negativo, Tartaria) popularizadas en 2024 por influencers conspirativos de habla hispana, a los que se menciona y samplea.
Esta es una de las últimas muestras del especial romance entre rap y teorías de la conspiración, objeto de múltiples investigaciones.
Pero ¿por qué estas conexiones son tan constantes en este género frente a otras músicas?
De luchar contra el sistema a ser Illuminati
El rap surgió a finales de los 70 en el Bronx (Nueva York). Ya entonces presentaba ciertos principios que mantiene en la actualidad. Entre ellos destacan la representación de la realidad del que rapea (el barrio, la calle…) y una chulería confrontativa con la que se busca quedar por encima del resto. Esto provocará que en las letras se recurra tanto a conspiraciones, aunque se hará de formas distintas a lo largo del tiempo.
En los 80, el líder del grupo Public Enemy Chuck D definía el rap como “la CNN negra” por dar voz a su comunidad frente al relato oficial blanco. Es comprensible que, ante las crisis del crack y el sida, que azotaban especialmente a la población negra, los raperos empezasen a sospechar que había un complot contra los suyos. Y tenían razones para ello, ya que en Estados Unidos siempre ha existido un racismo estructural que condiciona sus vidas.
Inicialmente, hablar de conspiraciones era una forma de abordar la discriminación a la que se sometía a este sector de la población. Es un buen ejemplo de una idea cada vez más aceptada por los investigadores: el pensamiento conspirativo es una respuesta natural humana en momentos de inestabilidad social.
En los 90 irrumpe con fuerza el gangsta rap, centrado en aquellas personas arrastradas a la delincuencia. Este trae una nueva actitud, ya que los raperos empiezan a conspirar como respuesta a un mundo en su contra.

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Por ejemplo, Tupac Shakur, en su disco The Don Killuminati, se erigía como un mafioso enfrentado a las élites globales. Si a esto se le suma su asesinato poco antes de publicarlo, hay barra libre para alimentar las ansias de conspiración: desde quienes defienden que no fue un ajuste de cuentas, pasando por que los tiradores fueron contratados por alguien más poderoso, hasta la teoría de que tal vez Shakur fingió su muerte… Una vez más, la mente especula ante aquello que le supera.
En el siglo XXI, el rap se vuelve aún más exitoso y los raperos deben encontrar formas de seguir sonando auténticos. El discurso conspirativo deviene una estrategia para distanciarse de un sistema al que pertenecen cada vez más. A su vez, esta retórica empezará a ser usada para desconfiar del éxito de ciertas figuras. E incluso, para rechazar al género en su totalidad.
El caso más claro es el de Jay-Z, acusado innumerables veces de ser Illuminati. Esta vinculación con sociedades secretas es una versión 2.0 de la idea de que muchos músicos de rock vendieron su alma al diablo para conseguir ser exitosos.
Porque a veces es más fácil creer que existe un complot para aupar una música que desafía nuestros ideales que preguntarse por qué millones de personas la abrazan.
Conspiraciones fuera de Estados Unidos
Con la expansión del rap por otros países se mantuvo su énfasis en la representación y la confrontación. Pero al cambiar los contextos sociales cambiaron sus temáticas. Esto hizo que no siempre se sintiera como auténtico que el rapero creyese que había una conspiración contra los suyos, ni que él fuera el conspirador, al no experimentar los mismos tipos de opresión ni verse arrastrado a ciertas actividades delictivas.
No obstante, al ser un género tan referencial, es lógico que aparezcan imágenes conspirativas de la cultura popular. Buen ejemplo de ello es el modo en el que el rapero español Foyone se presenta como reptiliano en uno de sus temas para posicionarse frente al mundo.
Es inevitable que, ante el auge de estas ideas tras la pandemia, los raperos se acerquen cada vez más a ellas. Las conspiraciones tienen un enorme poder y atractivo, como las imágenes violentas de terrorismo o crimen organizado. Que un rapero aluda a estas no significa que las comparta. Pueden ser estrategias líricas que le ayudan a posicionarse en una realidad que intentan reflejar. El oyente participa de ese pacto, atendiendo a estos discursos sin por ello abrazarlos, lo mismo que una gran parte de quienes consumen contenido conspirativo.
El auge reciente del vínculo entre las conspiraciones y el rap comparte una tendencia a estar alerta ante el mundo y construir una verdad propia, que antepone la experiencia personal a los canales oficiales de información. En ello son hijos del capitalismo contemporáneo y su énfasis en la responsabilidad individual. Esto hace comprensible que se retroalimenten y que, si ambas están en auge, sus contactos aumenten.
En la actualidad, es inevitable que algunos raperos terminen abrazando ciertas teorías como algo más que una estrategia de resistencia. El investigador debe entender de dónde surgen estos discursos, si su uso es real o figurado y qué impacto tienen en la audiencia.
De lo que podemos estar seguros es que por ponernos un tema de rap no vamos a terminar con un sombrero de papel aluminio en la cabeza.
Ugo Fellone, Profesor de Musicología, Universidad Internacional de Valencia
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.