Febrero 12, 2025

¿Podemos elegir el tipo de padres y madres que queremos ser?

¿Su lema en la crianza es “Aquí se hace lo que yo diga”? ¿O prefiere un “Yo solo quiero que seas feliz”? Los estilos parentales dependen mucho de nuestra infancia, pero se pueden modificar.

¿Podemos elegir el tipo de padres y madres que queremos ser?

¿Alguna vez se ha preguntado por qué reacciona de cierta manera ante sus hijos? O, tal vez, ¿se ha sorprendido escuchando en su voz las mismas frases que sus padres le decían a usted? La crianza no es solo un acto diario de amor y disciplina: es también un reflejo de nuestra historia personal y un espejo de nuestras experiencias pasadas.

En psicología, los estilos parentales han sido estudiados durante décadas. Uno de los modelos teóricos más utilizados ha sido el formulado por Diana Baumrind, que basándose fundamentalmente en estudios longitudinales identificó tres estilos parentales: autoritario, permisivo y autoritativo (o democrático). Más adelante, otros expertos identificaron cuatro estilos educativos que se derivaban de la combinación entre el afecto y el control. Veamos a continuación cada uno de ellos.

Los cuatro estilos parentales: ¿cuál es el nuestro?

  1. Autoritario: “Aquí se hace lo que yo diga”. En este estilo, el control es importante y el afecto queda en un segundo plano. Los padres autoritarios son estrictos, exigentes y esperan obediencia sin cuestionamientos. Si bien esto puede generar hijos disciplinados, también puede acarrear problemas de autoestima y dificultades para tomar decisiones y comunicar afecto.
  2. Negligente: “Que se las arreglen solos”. Aquí el afecto y el control están ausentes. Los niños que crecen en este entorno suelen sentirse abandonados, con consecuencias en su autoestima y relaciones futuras. La inseguridad e inestabilidad emocional que sienten se ve reflejada también en su desarrollo cognitivo, mostrando mayores dificultades académicas, entre otros aspectos.
  3. Permisivo: “Yo solo quiero que seas feliz”. ¿Somos de los que evitamos las discusiones y dejamos que nuestros hijos decidan por su cuenta? Los padres permisivos derrochan afecto, pero carecen de normas claras. Aunque los niños crecen sintiéndose amados, pueden tener problemas para manejar la frustración y desarrollar autocontrol.
  4. Autoritativo (democrático): “Te amo, pero estas son las reglas”. El estilo autoritativo combina afecto y control de manera saludable. Estos padres establecen normas claras, pero también son dialogantes y comprensivos. Este enfoque fomenta la autonomía y la confianza, tanto en los niños como en la relación familiar. En consecuencia, los niños suelen tener mayores niveles de autoestima, mayor competencia social, y en definitiva, mayores niveles de bienestar y ajuste psicológico.

¿Qué estilo ha mostrado mejores resultados?

En nuestro contexto, tanto el estilo permisivo como el autoritativo han demostrado estar asociados con un buen ajuste psicológico, escolar y social en los niños. La clave de esta relación positiva radica en el afecto. Los niños que se sienten amados y valorados desarrollan una autoestima más saludable y habilidades sociales más efectivas, independientemente de si las normas son más flexibles (como en el estilo permisivo) o más estructuradas (como en el estilo autoritativo). Lo esencial es que el amor y el respeto mutuo guíen la crianza.

Ahora bien, los niños necesitan límites porque les proporcionan seguridad y estructura. Saber lo que se espera de ellos les ayuda a entender el mundo y a desarrollar habilidades sociales y emocionales. Sin embargo, los límites no deben ser sinónimo de control estricto, sino oportunidades para enseñar.

La influencia de la disciplina en la crianza

En estrecha relación con el concepto de control o establecimiento de límites, se encuentran las técnicas disciplinarias que empleamos para corregir la conducta inapropiada de nuestros hijos. La forma en que disciplinamos también define nuestra relación con ellos y afecta su desarrollo emocional. Se pueden distinguir dos tipos:

  1. Disciplina inductiva o de apoyo, basada en la afectividad, el razonamiento y las recompensas materiales. Este tipo de disciplina fomenta el aprendizaje a través del refuerzo positivo y el entendimiento de las normas.
  2. Disciplina coercitiva, que se apoya en la coacción física, la coerción verbal y las privaciones. Aunque puede ser efectiva a corto plazo, este enfoque genera miedo y puede dañar la relación paternofilial.

Reflexionar sobre cómo disciplinamos y los mensajes que transmitimos es clave para construir un entorno de respeto y aprendizaje mutuo.

La huella de nuestro pasado en la crianza

Lo que vivimos en nuestra infancia deja una marca indeleble en cómo afrontamos la paternidad. Aprendemos a ser padres y madres en la medida en que hemos sido hijos e hijas. Si crecimos en un hogar autoritario, podríamos repetir ese patrón sin darnos cuenta, o bien podríamos irnos al extremo opuesto, adoptando un estilo permisivo como forma de compensación.

Sin embargo, nuestras experiencias pasadas no son el único factor en juego. Otros elementos como el nivel de educación, el entorno cultural, las circunstancias económicas y el apoyo social también influyen en cómo criamos a nuestros hijos. Además, nuestra personalidad y expectativas personales también desempeñan un papel importante.

Pero aquí está la buena noticia: ¡podemos escribir una nueva historia para nuestra familia! La clave está en reflexionar, conocernos mejor y ser intencionales en nuestra forma de criar.

Algunas pautas para una crianza positiva y consciente son:

  1. Revisar nuestra propia historia: Pensemos en cómo fue nuestra infancia. ¿Qué aspectos queremos mantener? ¿Cuáles preferimos cambiar?
  2. Definir las normas con amor: Los niños necesitan reglas claras, pero también necesitan entenderlas. Expliquémosles por qué y mantengámonos firmes pero cariñosos. Hablar con ellos en lugar de imponer sin explicaciones fomenta la colaboración.
  3. Promover la participación: Permitamos que nuestros hijos opinen sobre ciertas normas o consecuencias. Esto les ayuda a desarrollar autonomía y sentido de la responsabilidad.
  4. Conectarnos con sus emociones: Cuando nuestros hijos se frustren o se equivoquen, escuchémoslos y validemos lo que sienten. Esto les enseñará a gestionar sus emociones y confiar en nosotros.
  5. Ser un modelo a seguir: Más que nuestras palabras, nuestras acciones son el ejemplo más poderoso. Demostremos con nuestros actos los valores que deseamos transmitir.
  6. Cuidar de uno mismo: No podemos dar lo que no tenemos. Dedicar tiempo a nuestro bienestar físico y emocional permite criar desde la calma y el equilibrio.

La crianza es mucho más que enseñar normas o dar amor: es un viaje de autodescubrimiento y crecimiento mutuo. Reflexionar sobre nuestros estilos parentales y ser conscientes de la huella que dejamos en nuestros hijos e hijas puede marcar una diferencia transformadora, no solo en su vida, sino también en la nuestra.The Conversation

Joana Jaureguizar Alboniga-Mayor, Profesora del Departamento de Psicología Evolutiva y de la Educación, Facultad de Educación de Bilbao, Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea y Paola Bully Garay, Investigadora. Psicometría, Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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