Opinión: Tiempo de calidad
Por Mishelle Mitchell Bernard |
La consabida frase es aquella, que, en medio de ajetreadas agendas, utilizamos para disculpar una escuálida inversión de tiempo en personas y grupos de relevancia. Normalmente, nuestros hijos, nuestros cónyuges, nuestras familias, nuestros amigos y aun nuestra relación con Dios (para quien esto es relevante) son “los beneficiarios” de nuestro tiempo de calidad.
El tiempo de calidad alude a la escasez cuantitativa: pocos días, pocas horas, pocos minutos destinados a crear una relación y cultivarla. Pero como contrapeso, pretende la optimización cualitativa de la inversión emocional y afectiva necesaria para conectarnos con esos seres y espacios significativos en nuestras vidas.
El tiempo de calidad es una construcción social que pretende subsanar los vacíos de prioridades desalineadas. ¿Por qué? Porque con mucha frecuencia dedicamos más tiempo al producir para consumir y tener, que tiempo al ser y el estar (felices, amados, tranquilos, realizados).
Al tratar con los niños y niñas la calidad es tan importante como la cantidad. Cuando hablamos de amar, de cimentar su identidad, afianzar su autoestima, celebrar sus aprendizajes y corregir sus yerros, lo cierto del caso es que necesitamos destinar algo más que tiempo de calidad.
El aprendizaje de un niño se basa en la observación. Sus capacidades se desarrollan a partir de la imitar, deducir e inferir. Amar, respetar y tolerar son piezas de conocimiento que deben observarse en el entorno, obedecen al modelaje positivo de conductas, a atemperar reacciones y crear soluciones para enfrentar una situación. Una figura adulta responsable, al igual que un niño, necesitan dedicar tiempo para contribuir a ese proceso.
La Crianza con Ternura -una abundante inversión de amor, como contraposición a la violencia, el miedo y la intimidación para disciplinar a los niños y niñas- prevé que quienes cuidamos a los niños y niñas abonemos relaciones de calidad.
La Crianza con Ternura crea relaciones intencionalmente generosas en tiempo y calidad. Estimula relaciones que son cercanas (sí, la distancia física cuenta, y la afectiva aún más), constantes (sí, la frecuencia abre espacios de aprendizaje y genera vínculo), de confianza (porque en ellas hay seguridad), recíprocas (porque ambas partes ganan y aprenden) y empáticas (porque somos capaces de calmar el dolor, calmar la ira y celebrar la alegría que siente el otro).
Esos cinco elementos nos recuerdan que formar ciudadanos de bien, que se amen a sí mismos, que identifiquen claramente cuándo alguien les quiere hacer daño, que sean capaces de amar y respetar a los demás requiere de una adecuada inversión emocional, afectiva y temporal. Requiere dedicación.
En World Vision, organización cristiana y humanitaria que trabaja por la niñez, creemos que la Crianza con Ternura es la mejor inversión de una sociedad, convencidos de que con ello romperemos el ciclo de violencia, y una de sus formas más destructivas, como lo es la negligencia y la indiferencia, esa que no deja espacios, o elige unos muy estrechos para dedicar a la niñez.
Por Mishelle Mitchell Bernard | Tw @MishCR | FB Mishelle Mitchell
La Autora es Directora Senior de Public Engagement para América Latina
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