¿Nos parecemos más a nuestros abuelos que a nuestros padres?
La incertidumbre sobre la paternidad sigue influyendo inconscientemente en el comportamiento familiar contemporáneo.
Es habitual que en conversaciones familiares surja la cuestión de por qué a veces los niños tienen caracteres más parecidos a los abuelos que a los padres. ¿Cómo es qué existen saltos entre las generaciones en las características físicas de los miembros de una familia, o incluso en el grupo sanguíneo?
La respuesta a estas cuestiones es sencilla para rasgos denominados monogénicos o mendelianos, y también para los que están determinados por el sexo. Sin embargo, se complica para los que tienen una base poligénica como el color de los ojos y los rasgos faciales. Por no hablar de aquellos en los que hay una interacción entre la genética y el ambiente, como es el caso de la diabetes o de la altura, con una estimación del 75 % de componente genético y un 25 % ambiental.
Genotipo y fenotipo
Pero empecemos por el principio. La información genética que heredamos de nuestros padres se denomina genotipo. Este genotipo viene por duplicado, lo que significa que disponemos de un equipo completo de genes de nuestro padre y otro de nuestra madre (si exceptuamos los cromosomas sexuales en los niños). Estas dos copias de cada gen pueden ser iguales o diferentes. Las variantes se denominan alelos, y para cada gen pueden existir uno, dos o más alelos diferentes, como los tres que intervienen en el grupo sanguíneo AB0.
Con nuestros progenitores compartimos el 50 % de la información genética y con nuestros abuelos, sólo el 25 %. Así que, en general, siempre deberíamos parecernos más a los padres que a nuestros ancestros de segunda generación.
Luego está el fenotipo, que es la manifestación externa del genotipo condicionado por el ambiente. Desde el momento de la concepción, nos influyen condiciones como la exposición al tabaco, metales pesados, alérgenos, pinturas y disolventes, pesticidas, infecciones o productos de limpieza. Algunas de estas sustancias pueden atravesar la placenta y, posteriormente, diluirse en la leche materna. Sin ir más lejos, existen evidencias que sugieren que la exposición al alcohol durante el embarazo influye en la morfología facial.
Dominante, recesivo y codominante
Portamos dos alelos de cada gen que, como hemos dicho, pueden ser iguales o diferentes. Además, entre ellos pueden existir relaciones, digamos, de prioridad en cuanto a su manifestación externa visible –el fenotipo–.
Por razones bioquímicas en las que no vamos a entrar, unos alelos “dominan” sobre otros que son recesivos y que no se manifiestan, aunque la persona los lleve “puestos” en su genoma. En otros casos son codominantes y se manifiestan ambos. Por ejemplo, una persona con un fenotipo de grupo sanguíneo A positivo su genotipo puede ser AA++, AA+-, A0++ y A0+-. En este caso, el grupo A es dominante sobre el 0 y el Rh+ es dominante sobre el Rh-. Los alelos A y B son codominantes y se manifiestan ambos.
Los gametos (óvulos y espermatozoides) llevan sólo una dotación completa de genes, de manera que una persona con genotipo del grupo sanguíneo A0, podrá producir 2 tipos diferentes de gametos A y 0. Y como la fecundación se produce al azar, sólo transmitirá uno de estos gametos a esa concepción en particular. Aquí está la clave de por qué a veces los niños se parecen más a sus abuelos.
Siguiendo con el caso de los grupos sanguíneos, podemos entender que una familia en la que el abuelo paterno es de grupo sanguíneo 00 y la abuela AA, el padre será A0. Por parte de la familia materna, abuelo 00 y abuela BB, madre será B0.
Es como si tuviéramos dos cartas para cada gen y cada progenitor pasa una de ellas a los hijos. Si por azar padre y madre pasan la carta del alelo O del grupo sanguíneo a uno de los hijos, este se parecerá más a sus abuelos que a sus padres en este rasgo.
Toda la cara de su abuelo…
Esto mismo es aplicable para otros caracteres faciales y morfológicos para los cuales existe una herencia simple como el tipo de lóbulo de la oreja o la forma de la raíz del pelo en la frente.
Sin embargo, aparte de rasgos puntuales, la herencia de la forma del rostro es bastante complicada. El diseño experimental que más éxito está teniendo para comprenderlo son los estudios de genoma completo. Trabajos publicados en los últimos años han identificado unos 50 genes asociados con rasgos faciales. Para ello se han utilizado más de 40 parámetros del rostro medidos con imágenes convencionales y escáneres en 3D, entre ellos la forma de los ojos, su profundidad y distancia, forma de la barbilla, anchura de la cara, forma y tamaño de la nariz, etc.
Algunos genes influyen en más de un rasgo y en algunos de ellos existe una herencia poligénica. Otros muchos también están implicados en anomalías congénitas.
Expectativas que acaban pareciendo verdad
Como hemos visto, ocasionalmente pueden existir rasgos que sean más parecidos entre nietos y abuelos, sin embargo, esto no es general. Entonces ¿qué ocurre? ¿Por qué se comentan tanto estos parecidos? Las expectativas explican por qué una frase repetida muchas veces nos acaba pareciendo verdad.
En antropología evolutiva humana se ha propuesto la hipótesis de la “madre inconscientemente manipuladora”. Y tiene que ver con las expectativas de ayuda, dedicación y atención que los abuelos pueden dar a los nietos. Estas supuestas semejanzas de los recién nacidos con los padres o abuelos, de las que se hacen eco las madres, podrían ser esenciales para determinar la implicación de la familia paterna en la crianza.
En un estudio noruego abordaron este tema partiendo de dos preguntas. Por un lado, ¿hay una mayor insistencia en las descripciones de semejanza (de nietos y abuelos) por parte de las madres? Y en segundo lugar, ¿creen las madres realmente que sus hijos se parecen más a los abuelos que a los padres?
Al interrogar a los abuelos, se descubrió que las hijas expresan opiniones sobre el parecido nieto-abuelo con mayor frecuencia e intensidad que los hijos. Es decir, existe un fuerte sesgo sexual a la hora de encontrar parecidos nieto-abuelo.
En la misma línea, un estudio austríaco observó que el supuesto parecido físico entre hijos, padres y abuelos paternos aumentaba significativamente la implicación de los abuelos paternos en la crianza de los nietos. Curiosamente, el parecido físico no influía en absoluto en el caso de las abuelas maternas (¡en este caso no hay duda de que son sus nietos!).
Los autores concluían que el parecido físico es percibido como un marcador de parentesco genético y por lo tanto, una mayor seguridad en la paternidad y en consecuencia en los recursos y ayuda que podrían obtener para el cuidado de los niños.
En otro estudio finlandés observaron otros datos en la misma línea. Las mujeres que tienen nietos tanto de una hija como de un hijo cuidaban más a los nietos por parte de la hija. Y los hombres que tienen nietos a través de una hija y un hijo cuidaban más a los nietos por parte de la hija.
En conclusión y según estos autores, la incertidumbre sobre la paternidad sigue influyendo inconscientemente en el comportamiento familiar contemporáneo de Europa. Los comentarios sobre el supuesto parecido intergeneracional podría explicarse para conseguir una mayor dedicación de padres y abuelos.
Ya lo dice en refranero andaluz: “Los hijos de mis hijas mis nietos son, los de mis hijos, sábelo Dios”.
Antonio José Caruz Arcos, Catedrático de Genética, Universidad de Jaén
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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