Los linfocitos B y su séquito: ¿una posible kriptonita del cáncer?
Los linfocitos B y su séquito, las células plasmáticas, podrían desempeñar un papel clave en la batalla contra el cáncer.
Llevamos años considerando a los linfocitos T, un tipo de glóbulos blancos, como el ejército capaz de controlar el avance de las células cancerígenas. Y eso nos ha permitido crear un arsenal de tratamientos de inmunoterapia, es decir, entrenamientos del sistema inmune para combatir el cáncer. Por ejemplo la terapia de transferencia de células T, mediante la que se obtiene una muestra de estos linfocitos, se cultivan en el laboratorio y luego se devuelven estas células al paciente.
Sin embargo, últimamente están resurgiendo cual ave fénix otro importante grupo de células inmunitarias: los linfocitos B y su séquito, las células plasmáticas, que también tienen mucho que decir en esta guerra microscópica. Más aún tras descubrir que su presencia en algunos tipos tumorales parece suponer un valor positivo en la respuesta clínica a la inmunoterapia.
¿A qué es debido? ¿Cómo podemos mejorar nuestras trincheras cuando el cáncer da la cara? Para responder es necesario conocer el microambiente belicista que nos encontramos.
¿Caliente o frío?
La evolución y el desarrollo del cáncer dependen de las interacciones concretas que se producen al pie del tumor. Por eso, igual que cada batalla es diferente, el microambiente también lo será para cada tumor. Incluso se han encontrado diferencias significativas dentro de un mismo sujeto.
Por ejemplo, existen microambientes en los que las células inmunitarias tienen una baja capacidad de ataque a las células cancerígenas. Se les conoce como tumores “fríos” o poco inmunogénicos. Otros, por el contrario, son denominados “calientes”, en referencia a que sus tropas de células inmunitarias están preparadas para ir al combate y reaccionar.
Cómo sea el microambiente condicionará si hay o no invasión en profundidad, el número de ganglios afectados o incluso la capacidad de crear vasos sanguineos para que el tumor se nutra.
Médula ósea: la ‘academia’ de los linfocitos B
El timo y la médula ósea funcionan como “academias de formación” en la milicia celular linfocitaria.
Tanto los linfocitos B como los T se forman originalmente en la médula ósea. Posteriormente, los linfocitos B continuarán su maduración en ella, mientras que los linfocitos T se desplazan al timo para madurar.
Los linfocitos B maduros acumulan sus conocimientos básicos para el combate en forma de receptores de superficie celular. Pero no se activan hasta que contactan con agentes extraños y pasan por los órganos linfáticos secundarios, entre ellos los ganglios linfáticos.
Más concretamente, los linfocitos B se sitúan en folículos linfoides, unas estructuras que pueden ser primarias –cuando sus linfocitos B no han contactado aún con antígenos– o secundarias cuando el contacto ya se ha producido.
Tras contactar con un antígeno, las células plasmáticas, discípulas directas de los linfocitos B, desarrollan un centro operativo productor de anticuerpos específicos frente a ese enemigo concreto, el centro germinal.
Campamentos estratégicos de asiento y planificación
Dentro de los tumores calientes, los linfocitos B, con ayuda de linfocitos T, son capaces de crear en primera línea de batalla campamentos estratégicos: los folículos linfoides terciarios.
Mientras que la formación de los folículos linfoides primarios y secundarios es fisiológica, estas estructuras linfoides terciarias únicamente se desarrollan en inflamaciones crónicas o en presencia de daño tisular. Y desempeñan un papel fundamental en el mantenimiento de la respuesta inmunitaria. De hecho, han sido descritas en numerosas enfermedades autoinmunes, como en el caso de diabetes tipo 1 o en esclerosis múltiple, así como en gran cantidad de infecciones.
Dado que existen similitudes importantes entre el microambiente tumoral y una inflamación crónica, no es descabellado pensar que, en esa batalla microscópica, el desarrollo de folículos linfoides terciarios debe tener especial relevancia para la progresión tumoral, e incluso la metástasis.
Y en efecto, se ha visto que en esos folículos linfoides terciarios se pueden crear centros logísticos germinales para la formación de anticuerpos específicos contra células cancerígenas. Concretamente hay constancia de su existencia en el carcinoma hepático, el cáncer de colon e incluso el cáncer de páncreas.
Estrategias de combate para el futuro
Que derrotemos o no a ciertos tumores depende, en gran medida, de cómo reaccione nuestro sistema inmune. El estudio minucioso de biopsias tumorales tomadas con anterioridad a la inmunoterapia confirma que, cuando en el paciente existe un importante infiltrado de linfocitos B y de folículos linfoides terciarios, la respuesta clínica posterior a la inmunoterapia es más intensa. Tanto en cáncer de mama y cáncer nefrourinario como en sarcomas de partes blandas o en algunos subtipos de cáncer de pulmón.
Conocer este dato podría servir para seleccionar, con un estudio inmunohistológico, qué pacientes pueden tener una mejor respuesta al tratamiento. Con ello, las instituciones sanitarias ahorrarían dinero y tiempo. Además de que los pacientes ganarían en calidad de vida.
Eso sí, habrá que seguir investigando para poder confirmar si esos linfocitos B son la kriptonita del cáncer o tan solo una pieza más de nuestro experimentado sistema inmunitario en la frustrante batalla contra el cáncer.
Alejandro Escamilla Sánchez, Profesor Ayudante Doctor de la Unidad Docente de Histología de la Facultad de Medicina, Universidad de Málaga; Diego Teófilo Bermúdez Flores, Profesor Titular de Histología. Unidad Docente de Histología y Anatomía Patológica. Director del Departamento de Fisiología Humana, Histología Humana, Anatomía Patológica y Medicina Física y Deportiva. Facultad de Medicina. Universidad de Málaga, Universidad de Málaga y Juan Antonio López Villodres, Profesor Contratado Doctor del Área de Histología de la Facultad de Medicina de Málaga. Miembro de grupos de investigación de la Consejería de Innovación, Ciencia y Empresa de la Junta de Andalucía y del IBIMA., Universidad de Málaga
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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