Esto le pasa a tu cuerpo cuando estás furioso (y cómo controlarte)
Por Daniel Colombo
Muchas veces hay situaciones que nos hacen enojar de tal manera que parece que estuviéramos en llamas por dentro. La ira, la frustración y la decepción combinadas producen un impacto negativo dentro y fuera nuestro, en eso que podemos denominar “un momento de furia”. En aquella película protagonizada por Michael Douglas, hasta las cosas más triviales producían semejante arranque del temperamento negativo, que arrasaba con todo a su paso.
¿Te has sentido así alguna vez? Seguro que sí, ya que la furia forma parte de la condición humana. Sin embargo, como posiblemente has experimentado, esta emoción suele ser muy dañina para nosotros y para el entorno.
La furia, la cólera, la ira, la indignación y el comportamiento agresivo son reacciones de lucha fundamentales e instintivas cuando nos amenaza algún peligro. El psicólogo Raymond W. Novaco distingue entre cuatro clases esenciales de provocación que pueden desencadenar nuestra indignación:
· Frustraciones: una mala nota, un plantón.
· Sucesos irritantes: una llave perdida, el ruido en el jardín de los vecinos.
· Provocaciones verbales y no verbales: la sarcástica observación del jefe, el coche que nos adelanta por la derecha en la autopista.
· La falta de corrección y la injusticia: una crítica fuera de lugar, el aumento de los impuestos desproporcionado desde el punto de vista social.
Además del componente de violencia, desde el punto de vista fisiológico cuando estás enfurecido aumenta tu frecuencia cardíaca, la tensión arterial, la producción de testosterona se dispara, y disminuyen los niveles de cortisol (hormona del estrés) en el organismo. Y también hay muchas manifestaciones específicas en el cerebro, esa maravillosa máquina que nos hace funcionar.
Un grupo de científicos de la Universidad de Iowa hizo un estudio que permitió captar a través de un escáner qué ocurre en el cerebro cuando se dispara esta emoción. La consigna a los voluntarios fue desarrollar una tarea que, posteriormente y sin que ellos sepan, sería rechazada sin fundamento, con el objetivo experimental de provocar su furia y captarlo en los equipos.
Como resultado, se observó que al desatarse la ira se activaban dos zonas del cerebro: la corteza cingulada anterior (ACC) y la corteza dorsolateralprefrontal (DLPFC). ¿Qué significa esto tan complejo? Veamos: la primera se encarga específicamente del control de las emociones y la segunda se encarga de la toma de decisiones racionales, por lo que impide que nos dejemos llevar por los impulsos. Cuando este autocontrol se desgasta surgen las emociones como la furia, por lo que es importante que aprendamos a controlar estos sentimientos y evitar daños a terceras personas y nosotros mismos.
También es fundamental saber cómo la furia daña tu corazón. Tener mal carácter no solo daña tus habilidades de relacionamiento con otras personas en todos los ámbitos, sino que las explosiones de furia aumentan el riesgo de sufrir un ataque cardíaco. Un grupo de científicos de la Universidad de Harvard confirmaron que el mal genio aumenta el riesgo de sufrir un ataque cardíaco. Si bien esto era algo sabido desde hace décadas, lo nuevo es que esta investigación es pionera en demostrar que existe un efecto instantáneo debido a una explosión colérica. Datos: dos horas después de que el enojo ha pasado, el riesgo de sufrir un ataque al corazón aumenta cinco veces, mientras que la posibilidad de un derrame cerebral aumenta tres veces.
Ha quedado demostrado que aquellos que se enojan con frecuencia están en mayor peligro, además de personas que tengan una enfermedad cardíaca preexistente. Las conclusiones se dieron luego de realizar nueve investigaciones entre junio de 1966 y junio del 2013, en las que se observaron seis mil casos de ataques al corazón y otros problemas cardíacos, relacionándolos con las emociones extremas del paciente.
Los gestos de furia
Desde los gestos y la comunicación no verbal, la de furia produce trastornos neurovegetativos que generalmente se manifiestan con sudor, palidez, o, por el contrario, enrojecimiento del rostro, temblores, gestos desproporcionados con gritos y violencia, sentimientos apasionados de odio que disminuyen momentáneamente el raciocinio. La persona iracunda sufre contracciones del rostro, acompañadas de una mímica que manifiesta estupor y rabia. Cuando habla aumenta el tono de la voz, esta conducta emocional -más comúnmente- va acompañada de una tendencia exagerada a la gesticulación. Cuando se intenta serenarlos, más aumentan los gritos y los gestos desproporcionados.
La diferencia entre enojo, ira y furia
La agresividad propia de la cólera puede ir dirigida contra la causa de la contrariedad y suele terminar cuando se genera una respuesta violenta ante el estímulo que la provocó. Pero puede también, y con frecuencia, hallar otro objeto (cosa o persona) desviando su atención hacia él a fin de no enfrentarse con la causa verdadera. Es el caso cuando el furioso se descarga en la intimidad del hogar.
Para comprender mejor por qué nos ponemos furiosos, es importante distinguir que escasas veces la ira extrema se presenta en primer término y sin causa aparente. Por lo general viene precedida de sentimientos primarios de preocupación, culpa, decepción, rechazo, injusticia, choque, incertidumbre o confusión. Por ejemplo, luego de un hecho que nos frustra de sobremanera, del temor, el pánico o el miedo irracional; de los celos -que decodificamos como una amenaza para nosotros-. Incluso la fatiga prolongada puede transformarse en una gran hostilidad; así como la humillación y la injusticia.
¿Por qué es importante reconocer el estado anterior a la furia? Porque cuando comprendemos que hay un sembrado de ira anterior, podemos aprender a gestionarla con mayor efectividad. Cuando comprendemos, analizamos, recolectamos información sobre lo que nos produce este momento de furia; cuando identificamos la emoción anterior predominante, podemos generar un marco de contención específico para no llegar a ser tan dañinos con nosotros y los demás.
Cómo nos descuidamos cuando estamos furiosos
Sólo a modo de referencia, va un listado breve de algunas formas de descuido muchas veces inconsciente que nos propinamos a nosotros mismos y a los demás:
- Agredimos a personas que no tienen nada que ver.
- Nos desquitamos con aquellos que más nos aman.
- Expresamos nuestra furia con palabras hirientes.
- Comemos cualquier cosa. O dejamos de alimentarnos adecuadamente.
- Tenemos tendencia a cometer todo tipo de excesos.
- A veces nos castigamos físicamente.
- Nos volvemos más torpes e imprecisos.
- Podemos romper cosas como para descargar tensiones.
- Si conducimos un automóvil, posiblemente lo hacemos por fuera de las reglas.
- Se nos produce una especie de ceguera en la conducta social.
- No medimos las consecuencias.
- Tomamos decisiones apresuradas con graves consecuencias para nosotros y los demás.
- Nuestra furia produce terror y miedo extremo en las demás personas.
- Podemos auto agredirnos.
- Queremos huir de nuestras responsabilidades.
- Llevamos las cosas al extremo y no hay modo de tener una visión equilibrada.
- Denostamos, criticamos e insultamos.
- Formas sencillas de controlar la furia
- Enojarse a veces es necesario, ya que nos permite liberar tensiones y desahogarnos expresando los verdaderos sentimientos, aunque “sin filtro” en muchas ocasiones. Sin embargo vivir asediados por el estado de ira permanente y furia constante no es recomendable, ya que mina nuestra asertividad, termina con las relaciones, negocios, amistades y con un vínculo sano con nosotros mismos.
La American Psychological Association (APA)presenta algunas recomendaciones para ayudarte a lidiar con el enojo. Los coaches profesionales también incorporamos diversos modelos y ejercicios para control de la furia y la ira, para darle un nuevo cauce, permitiendo transformarla muchas veces en elementos para un mayor auto conocimiento.
Aquí van algunas recomendaciones:
Anticipa que estás furioso: ante un ataque de furia, dí claramente “estoy sintiendo…” de modo tal de anticipar los acontecimientos.
Entrena tu respiración. En episodios de mucha ira la respiración se hace corta, superficial superior y poco profunda. Cuando nos vamos calmando, podemos respirar mucho más profundamente y lento, oxigenando todo el organismo, a la vez que traemos más calma.
Camina y haz algo de ejercicio físico. Mueve tu energía; si quieres, hablando en voz alta con aquello que te enoja y te produce mucha furia. Percibirás que paulatinamente vas aquietando las emociones a medida que lo verbalizas.
Toma agua: evita el alcohol o bebidas como el café. Ingiere grandes dosis de agua que, además, te obligarán a hacer pausas mientras te hidratas.
Sal del ambiente de tensión. Sin buscar que escapes de la situación, el moverte del espacio físico donde estás te brindará una perspectiva automática sobre las situaciones y las cosas.
Si intuyes que podrías tener agresión física hacia terceros: pon a resguardo a las personas y solicita ayuda a una red de confianza para contener tu enojo extremo. No agredas a otros, y no te agredas o auto laceres a ti mismo.
Las palabras dañan. Cuida tu lenguaje dentro de lo posible. Circunscribe tu furia a los temas del momento. No traigas la historia de las cosas, que en nada te ayudará a ti ni a los demás a salir de ese estado.
Busca ayuda profesional. Psicólogos, psiquiatras y demás terapeutas, pueden brindarte abordajes apropiados.
Si tu tendencia permanece, haz yoga, tai-chi, elongación, juega tu deporte favorito varias veces: es decir, mueve tu cuerpo y tranquiliza las emociones de furia frecuentes.
Daniel Colombo (@danielcolombopr) | Inspirulina
Foto: Hombre furioso / Shutterstock
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