La verdad sobre los suplementos de colágeno
Aunque se han demostrado ciertos efectos antienvejecimiento de estos complementos en la piel, hacen falta más estudios (y menos sesgados) que determinen su verdadera utilidad.
En una sociedad que premia la juventud y denosta la vejez, los tratamientos antienvejecimiento han suscitado un gran interés en la población y en las industrias dermocosmética y alimentaria. Y entre todos ellos, el colágeno hidrolizado (CH) se ha convertido en uno de los complementos alimenticios más demandados en los últimos años. Pero ¿cuáles son sus verdaderos efectos?
El colágeno –del griego kola (goma) y gen (generación)– suma el 30 % de las proteínas corporales y desempeña una función estructural de vital importancia en el tejido conectivo de la piel, los músculos, el cartílago y el hueso. Es el elemento principal de la matriz extracelular (sistema de moléculas que rodean y dan soporte a las células y tejidos del cuerpo) junto a las fibras elásticas, el ácido hialurónico y unos compuestos llamados proteoglicanos (polisacáridos unidos a proteínas).
La edad y el sol, enemigos de una piel tersa
El problema es que, a partir de los 40, perdemos el 1 % del colágeno de la piel cada año.
A esto hemos de sumar el efecto de la radiación ultravioleta, el factor extrínseco más importante de deterioro. La exposición al sol provoca alteraciones en el ADN y la oxidación de macromoléculas estructurales de la piel. Produce la fragmentación y desorganización de las fibras elásticas y de colágeno. Todo ello se traduce en la aparición de arrugas, la pérdida de firmeza y el aumento de la sequedad y rugosidad de la piel.
Diversos estudios y metaanálisis publicados en los últimos diez años han demostrado que el consumo de CH por vía oral sí puede ser beneficioso para la piel: reduce las arrugas en zonas expuestas a la luz solar, incrementa la hidratación cutánea, mejora la elasticidad, disminuye la fragmentación de colágeno y aumenta su densidad en la dermis. Sin embargo, el mecanismo de acción de estos suplementos sigue sin dilucidarse.
Según algunas investigaciones, consumir CH aumentaría la síntesis de proteínas de la matriz extracelular al activar los fibroblastos (células del tejido conectivo) de la dermis y al ralentizar los efectos del fotoenvejecimiento inducido por la radiación ultravioleta. Así disminuye el daño oxidativo y mejora el plegamiento de las proteínas de la citada matriz extracelular.
Sin embargo, estos trabajos adolecen de sesgos y limitaciones. En primer lugar, son investigaciones escasas y muy heterogéneas. El tamaño de las muestras es pequeño, y en muchos casos están financiados y promocionados por las compañías fabricantes. Por añadidura, no distinguen entre fuentes o tipos de colágeno, métodos de extracción, soluciones bebibles y gelatinas, duración del tratamiento o dosis diaria.
¿De dónde se obtiene?
En lo que se refiere a la procedencia, el CH puede obtenerse de colágeno recombinante (producido a partir de bacterias, mohos, insectos, plantas o células de mamíferos) o de fuentes naturales (animales y vegetales). La mayoría proviene de mamíferos, como vacas y cerdos, y de aves.
Su producción y métodos de extracción son sencillos y baratos, pero el consumo de muchos de estos colágenos se ve limitado por razones religiosas, culturales o dietéticas. Es el caso de las personas vegetarianas, ya que a menudo la materia prima para elaborar los suplementos tiene origen animal. Además, aunque sus efectos secundarios son muy escasos, pueden ser una potencial fuente de infecciones, como la encefalopatía bovina espongiforme.
Últimamente, las fuentes marinas han llamado la atención de los investigadores. Las vísceras, cabezas y espinas de los peces producen una cantidad ingente de desechos: cerca de 20 millones de toneladas anuales. Se aprovechan la piel, las espinas y las escamas de pescados de agua caliente y fría como la mojarra, el esturión, el siluro, el lenguado, el romerillo…
Luces y, sobre todo, sombras
A pesar de la variación en la dosis (de 2,5 a 10 gramos diarios), supuestamente después de 60–90 días se pueden ver resultados, aunque para medirlos también se utilizan herramientas diferentes. El coste del tratamiento puede ascender a 600 dólares (unos 550 euros) anuales.
El primer problema para valorar su verdadera eficacia es que la mayoría de compuestos comerciales combinan vitaminas, minerales, antioxidantes, coenzima Q10, ácido hialurónico o sulfato de condroitina, pero los beneficios se atribuyen sólo al colágeno.
Junto a su consumo, la promoción de estos productos en redes sociales también se ha disparado. Muchos divulgadores –en su mayoría no sanitarios y sin datos científicos contrastados– no solo han alabado sus beneficios reales, sino que también han atribuido al CH otras virtudes difíciles de contrastar (o directamente falaces). Así, por ejemplo, se afirma que mejora la calidad del sueño y el estado de ánimo, que combate la acidez de estomago y la artritis, que previene el alzhéimer o que tiene efectos protectores en la salud cardiovascular y gastrointestinal.
Si la difusión de estas propiedades evita que los consumidores sean tratados con medicamentos apropiados para sus dolencias, puede suponer un grave peligro para la salud de esas personas.
Es evidente que los efectos del CH son prometedores, pero hacen falta estudios más rigurosos para determinar su utilidad. Por todo ello, podemos concluir que medidas como la fotoprotección con filtros solares o el uso de retinoides (derivados de la vitamina A) siguen siendo hoy más eficaces y rentables en la prevención y reducción de los signos prematuros del envejecimiento que el consumo de colágeno hidrolizado.
Aitor de Vicente Aguirre, profesor asociado de dermatologia, Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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