Ha fallecido el premio Nobel de Literatura húngaro Imre Kertész
El premio Nobel de Literatura húngaro, Imre Kertész, superviviente de Auschwitz, falleció este jueves a los 86 años en su ciudad natal, Budapest. Su obra, sobre todo su novela Sin destino (Acantilado), que tardó 13 años en escribir y publicó en 1975, ofrece tanto desde el punto de vista literario como testimonial una ventana única para observar el acontecimiento que define el siglo XX: el Holocausto.
Kertész nació en Budapest en 1929, en el seno de una modesta familia judía asimilada (no practicante). Por razones cronológicas y geopolíticas, le tocaba vivir un destino judío, con todas las consecuencias que a la sazón esto conllevaba.
Él no había elegido nada de lo que luego inapelablemente se convirtió en su destino. «Yo había vivido un destino determinado; no era mi destino pero lo había vivido (medita el álter ego del autor en su novela Sin destino, cuando al volver del campo de concentración intenta entenderse con algunos supervivientes de su familia y de su vecindad). No comprendía cómo no les entraba en la cabeza que ahora tendría que vivir con ese destino, tendría que relacionarlo con algo, conectarlo con algo, al fin y al cabo ya no bastaba con decir que había sido un error, una equivocación, un caso fortuito o que simplemente no había ocurrido.» Por increíble que parezca, al futuro autor de estas meditaciones no le costó mucho conectar su infame experiencia con la realidad cotidiana de su nueva vida.
Su libro Sin destino, con cierto contenido autobiográfico, es para muchos la mejor novela sobre el Holocausto y una de las grandes obras de la literatura contemporánea.
Trece años tardó en terminar Sin destino, que luego fue rechazada por una importante editorial con fama de abierta y liberal. Su director, un judío, tachó a Kertész casi de antisemita. Finalmente, Sin destino se editó en 1975, pero su publicación no causó ni el más leve cambio en la vida de su autor: no se produjo revelación alguna, no atrajo la atención de la crítica, ni tampoco tenía lectores. Sólo algunos años después, un pequeño grupo de intelectuales se enteró de la existencia de esta obra capital de la narrativa contemporánea.
Sus amargas palabras de 1986 («siempre seré un escritor húngaro de segunda fila, ignorado y malinterpretado»), afortunadamente han sido desmentidas por los hechos en la década siguiente, gracias a los editores alemanes y a los lectores de toda Europa, interesados por sus escritos precisos, irónicos y sin concesiones sobre el Genocidio. Recibió el Premio de Literatura de Brandeburgo en 1995, el Premio del Libro de Leipzig en 1997 y el Friedrich-Gundolf-Preis ese mismo año. Fue galardonado en el año 2002 con el Premio Nobel de Literatura, «por una obra que conserva la frágil experiencia del individuo frente a la bárbara arbitrariedad de la historia». Fue el primer escritor húngaro que lo obtuvo.
Hoy lo recordamos con algunos de sus mejores pensamientos:
«El sentimiento de culpa tiene un lado inspirador»
«Sé por qué pasan hambre los hambrientos de mis sueños. Sé quién es aquel hombre. Sé quién es el perro. Sé por qué han de pasar hambre. Sé lo que les quito. Sé por qué he de verlos. Lo sé todo. Sé que nunca me abandonará la tortura de mi saber.»
«Existe un grado de insomnio, de rumia del pasado, de sentido histórico en que lo viviente se perjudica y al final sucumbe, trátese de un hombre, de un pueblo o de una cultura.»
«Los recuerdos son como perros abandonados, vagabundos, nos rodean, nos miran, jadean, aúllan alzando la vista a la luna; querrías ahuyentarlos, pero no se marchan, te lamen ávidamente la mano, y cuando les das la espalda, te muerden… »
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