¿Es posible curar la esclerosis múltiple?
Carmen Guaza Rodríguez, Instituto Cajal – CSIC y Leyre Mestre Nieto, Instituto Cajal – CSIC
La esclerosis múltiple es una enfermedad crónica inflamatoria, autoinmune, desmielinizante y neurodegenerativa del sistema nervioso central que afecta a más de 2,5 millones de personas en el mundo. Supone la principal causa de discapacidad por enfermedad en adultos jóvenes. De hecho, su diagnóstico suele tener lugar entre los 20 y 40 años. Dado que es en esa etapa cuando se inician o consolidan los principales proyectos de vida a nivel personal, laboral y familiar, la incertidumbre por su evolución clínica genera un gran desasosiego en la población que la padece.
A pesar de que todavía desconocemos su causa y no podemos afirmar que vaya a existir una cura a corto plazo, sí podemos mantener una mirada positiva.
Los avances en la investigación y la adquisición de nuevos fármacos permiten a los pacientes afrontar la enfermedad con una perspectiva de mayor calidad de vida. En algunos casos, esta será similar a la de una persona sin esta enfermedad. Pero, ¿en qué punto nos encontramos en la búsqueda de una cura para la esclerosis múltiple?
Si comparamos la situación de hace una década con la actualidad, la diferencia es abismal. En ello ha influido no solo la alta capacidad y precisión diagnóstica como consecuencia de la revisión periódica de los criterios diagnósticos, sino también el estudio de los distintos procesos inmunológicos, desmielinizantes (daño en la capa de mielina de las fibras nerviosas) y neurodegenerativos que tienen lugar durante el curso de la enfermedad. Esto ha sido posible gracias a la complicidad de la investigación básica y clínica.
¿Qué tipos de tratamientos tenemos?
Antes de hablar de los tratamientos hay que tener en cuenta la heterogeneidad de la esclerosis múltiple. Aproximadamente el 80 % de los pacientes cursa inicialmente con brotes y remisiones, frente a entre un 10 y un 15 % que lo hace de manera progresiva.
Estos brotes hacen referencia a la aparición de síntomas típicos como consecuencia de una o varias lesiones inflamatorias. Por ello, hasta hace algunos años las investigaciones se centraban en limitar el componente neuroinflamatorio. La mayoría de los pacientes evoluciona hacia formas progresivas claramente neurodegenerativas, lo que ha llevado al desarrollo de tratamientos modificadores de la enfermedad que no solo disminuyen la frecuencia e intensidad de los brotes, sino que también reducen la actividad de las lesiones, previenen la aparición de nuevas lesiones y retrasan y disminuyen la discapacidad.
Tenemos diecisiete tratamientos aprobados, todos ellos preventivos y no curativos.
Algunos tienen como diana a los linfocitos T, por lo que suprimen la activación de células T encefalitogénicas y activan la función de las células T reguladoras.
Otros disminuyen la entrada de linfocitos de la circulación periférica al sistema nervioso central, ya sea a nivel de la barrera hematoencefálica o impidiendo la salida de los leucocitos de los ganglios linfáticos. Los linfocitos B también son diana en terapéuticas clásicas (de uso en patologías inmunes) y más recientes, con el uso de anticuerpos monoclonales humanizados.
Hay tratamientos que disminuyen el estrés oxidativo al favorecer el cambio de células efectoras desde un perfil proinflamatorio hacía uno antiinflamatorio.
Recientemente, se ha desarrollado un fármaco que actúa como inmunosupresor de múltiples dianas celulares inmunitarias basado en un reseteo inmunológico al inducir una repoblación celular sin la memoria inmunológica contra antígenos de mielina. No obstante, solo hay un medicamento inmunodulador dirigido a los linfocitos B que ha mostrado eficacia en la fase de brotes y remisiones pero también en la esclerosis múltiple progresiva.
Otras consideraciones a tener en cuenta que han supuesto una mejora en la calidad de vida de los pacientes son la amplia pauta temporal de algunos tratamientos, que a veces alcanza los seis meses, y la comodidad de la vía oral de administración en otros casos.
Asímismo, el cotratamiento farmacológico específico de algún síntoma, tratamientos rehabilitadores, psicológicos y neuropsicológicos, hábitos de vida saludables como una dieta equilibrada que favorezca una microbiota intestinal correcta, ausencia de tabaco o niveles adecuados de vitamina D también ayudan a mejorar el día a día de los pacientes.
¿Hacia donde debemos dirigir la investigación?
Son varios los focos en donde la investigación básica y clínica deben poner sus energías:
- Conocer el origen: el desconocimiento del causante de la enfermedad hace que vayamos un paso por detrás en su prevención.
- Desarrollo tecnológico: la aplicación de nuevas técnicas y secuencias de resonancia magnética para detectar el daño tisular en el sistema nervioso central y poder cuantificar la desmielinización y remielinización que habría que implantar en la práctica clínica ordinaria. La aplicación de tecnologías punteras que identifican y rastrean las células que producen la degeneración en el sistema nervioso central constituye un gran avance hasta ahora sólo realizado en modelos animales.
- Nuevos enfoques terapéuticos: hay que desarrollar e implantar enfoques reparadores con capacidad de alterar la neurodegeneración, tras la identificación de moléculas que facilitan la remielinización y los distintos abordajes en terapias celulares. Es necesario acelerar el camino para su uso en la clínica. Los tratamientos adyuvantes, a distintos niveles, incluso la investigación del microbioma, constituyen apuestas terapéuticas adicionales con un importante futuro en los próximos años.
- Biomarcadores: el descubrimiento de biomarcadores no solo con valor diagnóstico y pronóstico, sino también de predicción de respuesta y seguridad al tratamiento abrirían la puerta hacia una medicina de precisión personalizada teniendo en cuenta el perfil de la enfermedad a nivel individual.
La esclerosis múltiple es un reto para los investigadores con muchas incógnitas detrás. Aunque hemos avanzado mucho en los últimos años, solo una apuesta decidida por la investigación permitirá despejar más dudas y mejorar la calidad de vida de los pacientes.
Carmen Guaza Rodríguez, Profesora de Investigación del CSIC y directora del Grupo de Neuroinmunología en el Departamento de Neurobiología Funcional y de Sistemas en el Instituto Cajal., Instituto Cajal – CSIC y Leyre Mestre Nieto, Investigadora en neuroinmunología, Instituto Cajal – CSIC
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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