Enero 18, 2025

¿Cuántas especies hay en el planeta? La respuesta no es tan sencilla

Saber cuántas especies hay en nuestro planeta parece crucial para medir la diversidad de los seres vivos y la pérdida de biodiversidad. Pero la cuestión es compleja.

¿Cuántas especies hay en el planeta? La respuesta no es tan sencilla

Después de las numerosas expediciones naturalistas que, desde el siglo XVI al XIX, recorrieron el planeta para descubrir la extraordinaria diversidad de especies que lo habitan, la cuestión del número exacto de especies existentes en el planeta parecía secundaria. Pero desde principios del siglo XXI, con la aceleración de los efectos deletéreos de las actividades humanas sobre el medio ambiente y la constatación de que la biodiversidad está en declive, ha vuelto a ser objeto de debate.

En una Tierra enferma, donde las especies desaparecen a un ritmo demasiado rápido, saber exactamente cuántas especies hay en la superficie del planeta es como tomar la temperatura global. Y saber cuánto y con qué rapidez está cambiando esta cifra es como evaluar la gravedad de un síntoma de la crisis ecológica. Pero llevar la cuenta del número exacto de especies del planeta es un reto en más de un sentido.

Millones o incluso miles de millones de especies

Carl von Linné.
National Portrait Gallery

En el siglo XVIII, el naturalista sueco Carl von Linné inventó la taxonomía, la ciencia que describe y clasifica la diversidad de los organismos vivos en grupos (taxones) y les da nombre. La clasificación es jerárquica y la unidad más pequeña es la especie.

En sus famosas obras Systema naturae y Species plantarum, Linneo clasificó y dio nombre a unas 12 000 especies de animales y plantas. Fue un trabajo exhaustivo sobre todas las especies conocidas de la época, que pudo realizar un solo autor, aunque los historiadores recuerdan que contó con ayuda.

A principios del siglo XX, la expedición naturalista Santo 2006 lanzó el programa de redescubrimiento de la naturaleza “El planeta revisitado”, dirigido por el Museo Nacional de Historia Natural francés. El objetivo es elaborar un inventario exhaustivo de la diversidad de especies en varias regiones del mundo. La expedición acaba de regresar de la isla de Espíritu Santo, de apenas 4 000 km² en el archipiélago de Vanuatu, en el océano Pacífico, con un inventario de unas 10 000 especies. Casi tantas como Linneo. Y para lograrlo han sido necesarios más de 150 científicos de todo el mundo, con la ayuda de 100 personas de apoyo y acompañantes, que han pasado cinco meses en la isla.

El número total de especies conocidas ha aumentado considerablemente. En 2024, la lista de todas las especies conocidas incluye 2 153 938 especies. La mayoría son animales invertebrados, con 1 489 especies, entre ellas 1 053 insectos (578 especies). Hay (sólo) 75 923 especies de animales vertebrados, 425 679 especies de plantas y 157 648 especies de hongos. Contarlas todas se ha convertido en un reto, que requiere un esfuerzo necesariamente colectivo en el que participan especialistas en las distintas categorías.

Esta lista mundial, que ya atestigua la extraordinaria diversidad de las especies, es sin embargo incompleta: se admite generalmente que una parte importante de las especies que habitan la biosfera son aún desconocidas. Se cree que existen muchas más. Estimaciones recientes del número total de especies existentes oscilan entre 8 millones y varios miles de millones. Por tanto, ¡las especies de invertebrados existentes serían de 3 a 100 veces más numerosas que las ya descritas! ¡Podría haber casi cuatro millones de especies de hongos! Mientras que hoy se conocen entre 10 000 y 30 000 especies de bacterias, ¡podría haber miles de millones! Pero ¿cómo podemos hacer un seguimiento de todas ellas?

El reto de identificar y contar nuevas especies

El método clásico para descubrir nuevas especies durante los inventarios naturalistas, inspirado en Linneo, se basa en la observación directa: sobre el terreno, se recogen individuos, se describen y se clasifican según sus características morfológicas. Si la descripción es nueva, se crea y nombra una nueva especie y se publica su descripción con referencia a un espécimen tipo conservado en un museo. Por lo tanto, se requiere un trabajo considerable para añadir una sola especie a la lista de especies conocidas. Dado el desfase entre el número de especies conocidas y el número de especies existentes, es evidente que este método no bastará para completarla.

Pero dos métodos modernos nos permitirán avanzar más.

Uno permite identificar las especies sin verlas. Con las herramientas de la biología molecular, es posible contar las especies a partir de las huellas de ADN que dejan en sus hábitats. Es lo que se conoce como ADN ambiental. Basada en la secuenciación de todos los fragmentos de ADN encontrados en un entorno determinado, esta técnica, conocida como código de barras, consiste en utilizar las diferencias genéticas entre especies. Cada secuencia detectada en el ADN ambiental se asocia a la presencia de una especie, ya descrita o no.

El otro consiste en extrapolar los conocimientos ya disponibles sobre la biodiversidad para estimar un número total de especies. Algunos autores, por ejemplo, sugieren utilizar el número de grupos conocidos a niveles taxonómicos superiores al de las especies para estimar un número total de especies. Así, si conocemos el número de clases (p. ej., mamíferos), órdenes (p. ej., carnívoros), familias (p. ej., cánidos) y géneros (p. ej., canis) de animales, deberíamos poder estimar el número de especies animales. Otros autores sugieren la hipótesis de que cada especie animal conocida es el huésped exclusivo de un número medio de parásitos o simbiontes animales desconocidos para estimar un número total de especies animales de parásitos o simbiontes.

Estos métodos parecen ser la mejor manera de contar el número de especies del planeta… ¡siempre y cuando no nos preguntemos qué es una especie! Y ahí es donde el problema se complica.

¿Qué es una especie al fin y al cabo?

Para contar las frutas y verduras, primero hay que saber qué es una fruta o una verdura. Y esto no siempre es evidente. El tomate, por ejemplo, es una fruta para los botánicos, pero una verdura para los cocineros. El problema es aún más complejo cuando se trata de especies. ¿Qué contamos exactamente? El concepto de especie se basa en una visión ideológica de la organización del mundo vivo. Sugiere la existencia de unidades claramente separadas, las especies… que a fin de cuentas son muy difíciles de definir.

En el enfoque naturalista clásico son las diferencias visuales las que distinguen una especie de otra. Este enfoque se adhiere al llamado concepto morfológico de especie. Pero ¿a partir de qué nivel de diferencia “morfológica” podemos concluir que los individuos pertenecen a especies diferentes? No hay ninguna regla.

En comparación, el concepto “biológico” de especie hace hincapié en la integridad genética de los grupos de individuos entre los que los intercambios genéticos se ven impedidos por barreras a la reproducción sexual. Pero ¿debemos observar siempre los resultados de los cruces para concluir que los individuos pertenecen a especies diferentes? Esto es, por supuesto, imposible en las expediciones naturalistas, cuando hay docenas o más de casos indecisos.

El concepto “evolutivo” considera las especies como entidades que evolucionan separadas unas de otras. Según este concepto, una especie es una línea genealógica padre-descendiente aislada de otros linajes del mismo tipo. Lo que ocurre en un linaje es independiente de lo que ocurre en los demás. Es el concepto más inclusivo. Pero ¿cómo comprobarlo, sobre todo cuando no conocemos la historia de los individuos de la generación actual? Mediante estudios genéticos, que son costosos y a veces difíciles de realizar.

Estos conceptos contrapuestos dividen a la comunidad científica. Para los biólogos de campo, los conceptos biológicos y evolutivos son demasiado teóricos y, por tanto, inoperantes. Para los microbiólogos, que se interesan por organismos unicelulares con muy pocas características visibles (incluso al microscopio), pero que intercambian material genético por conjugación bacteriana, los conceptos morfológico y biológico son inadecuados.

En general, estos conceptos son compatibles: los grupos genéticamente aislados deberían evolucionar de forma independiente y divergir morfológicamente. Pero hay excepciones que subrayan su carácter incompleto. Por ejemplo, conocemos parejas de especies, conocidas como especies crípticas, que son morfológicamente indistinguibles pero que evolucionan de forma independiente. En Francia, por ejemplo, se ha descubierto recientemente la existencia de dos especies crípticas de topo: el topo europeo, que se creía único y distribuido por toda Francia y Europa, y el topo de Aquitania, que finalmente se ha reconocido como otra especie, al sur y al oeste del Loira.The Conversation

Maxime Pauwels, Enseignant-chercheur en écologie et évolution, Université de Lille

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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