Así “hackean” las drogas nuestro cerebro
Las drogas son capaces de manipular los mecanismos cerebrales de la memoria para que buscarlas y consumirlas se conviertan en el objetivo prioritario del drogadicto. Ocurre así.
Capaz de dominar nuestra voluntad, la drogadicción es uno de los grandes problemas de salud a los que nos enfrentamos. Por ejemplo, el último informe del Observatorio Europeo de las Drogas y las Toxicomanías señala que entre los consumidores de cocaína que inician tratamiento, aproximadamente el 50 % lo había hecho previamente, lo que revela la elevada tasa de recaída en su consumo.
Esto no sólo ocurre con drogas duras como la cocaína o los opiáceos, hoy tristemente de actualidad. Muchos fumadores intentan dejar el tabaco varias veces y la tentación siempre está ahí. Y lo mismo les ocurre a quienes sufren alcoholismo: corren el riesgo de dejarse llevar en una fiesta o en una reunión de amigos y volver a beber.
Todas estas personas tienen algo en común: están enfermas porque su cerebro ha sido engañado, o hackeado, por las drogas.
Los mecanismos de memoria, vulnerables ante las drogas
Nuestro cerebro cuenta con mecanismos naturales para aprender y memorizar lo que necesita para sobrevivir. Busca, reconoce y almacena recompensas y cualquier pista relacionada que nos ayude a encontrarlas. En esta tarea, debe poner en funcionamiento no solo el aprendizaje y la memoria, sino también las emociones.
Gracias a esta capacidad, a lo largo de la evolución hemos podido recordar las rutas de los animales que cazábamos, las bayas que no eran venenosas o, más recientemente, en qué supermercado venden el chocolate que nos gusta.
Las drogas toman estos engranajes, conocidos como mecanismos de neuroplasticidad, y los alteran, los corrompen. Este hackeo se traduce en cambios cerebrales más o menos duraderos. Por su culpa, algunas personas no pueden resistir las ganas de buscar y tomar droga, aunque les suponga tiempo y esfuerzo, les siente mal y arruine su vida personal.
La droga se convierte en el centro de su existencia y tiene prioridad frente a recompensas como la comida, el sexo, el deporte u otras actividades sociales.
Desde la primera vez
Las modificaciones cerebrales empiezan ya desde la primera vez que se prueba la droga y se intensifican durante los periodos en los que deja de tomarse. Al final, la persona adicta no puede olvidar ni el contexto en el que consumía (lugar, gente, situaciones…) ni la sensación desagradable al parar de hacerlo. Por eso es tan habitual que recaiga.
Uno de los mecanismos que ayuda a mantener la estabilidad de la memoria, incluida la hackeada por las drogas, es el desarrollo de las llamadas redes perineuronales (PNN). Son una especie de malla que rodea a algunas de nuestras neuronas, evitando que se pierdan conexiones ya formadas y favoreciendo la estabilidad de los circuitos cerebrales al dificultar la formación de conexiones nuevas.
Cuando estas redes se hacen fuertes, resulta más difícil que se produzcan cambios neuronales y las memorias son más estables. Por contra, su debilidad abre una fase de inestabilidad neuronal que permite al cerebro adquirir nueva información.
Las PNN se ubican en varias regiones del cerebro, y algunas de ellas integran el conocido como “circuito de la adicción”. De dicho circuito forman parte la corteza prefrontal, el estriado, la amígdala, el hipocampo, el área tegmental ventral y el cerebelo. Precisamente, nuestro grupo de investigación en la UJI lleva más de una década recogiendo pruebas de la importancia del cerebelo en la drogadicción.
¿Cómo alteran las drogas a las PNN?
Esta pregunta es más difícil de responder de lo que parece, ya que depende de muchos factores: ¿de qué estupefaciente se trata? ¿Qué región estamos estudiando? ¿En qué momento del historial de consumo nos estamos fijando? ¿Al principio de la abstinencia o cuando se recae?
Los científicos están indagando en la cuestión. Así, un estudio con ratas de la Universidad Estatal de Washington (EE UU) mostró que el consumo voluntario de cocaína hace que esas redes sean más robustas en el hipotálamo. Por su parte, otro trabajo de la Universidad Libre de Ámsterdam (Países Bajos) probó que tomar heroína reduce la expresión de algunos componentes de las PNN en la corteza prefrontal, tras tres semanas de abstinencia.
En esta línea, una reciente investigación realizada por nuestro grupo de investigación, también con roedores, arroja nueva luz sobre el asunto.
Al principio, inmediatamente después del consumo de cocaína, las PNN del cerebelo se vuelven tenues: es la forma que tiene la cocaína de hackear la plasticidad de esa región y promover cambios en los circuitos de la memoria. Pero conforme pasa el tiempo, sobre todo durante los periodos de abstinencia, las mallas se fortalecen de tal forma que las modificaciones cerebrales se consolidan. Esto facilita recordar durante grandes periodos de tiempo el contexto y las sensaciones asociadas a la droga, lo que favorece las recaídas.
Fijadoras de recuerdos
Una manera de averiguar la función de las redes perineuronales en la drogadicción es eliminarlas. Para ello existe una enzima bacteriana, la condrotinasa ABC, que podemos administrar directamente en el cerebro. Cuando la inyectamos en el cerebelo durante la fase de abstinencia, las ratas con un historial de abuso de cocaína recaen en el consumo, aun sin PNN. Pero el interés por la droga disminuye y dejan de buscarla mucho antes que los animales control.
Este resultado nos hace pensar que las PNN contribuyen a mantener a largo plazo las memorias originales relacionadas con la drogadicción, porque estabilizan los cambios cerebrales que se producen en los circuitos de la memoria. Sin ellas, el recuerdo de todo aquello que nos atrae de las drogas es más inestable, y su afán por buscarla menos persistente.
Ésta y otras investigaciones en neurociencia podrían propiciar, en el futuro, la creación de nuevas terapias que eviten las recaídas y ayuden a las personas adictas. Que, no lo olvidemos, están enfermas.
Aitor Sánchez Hernández, Personal vinculado a la investigación en el Área de Psicobiología, Universitat Jaume I; Marta Miquel Salgado-Araujo, Catedrática de Psicobiología. Investigadora principal del Grupo Addiction & Neuroplasticity, Universitat Jaume I y Patricia Ibáñez Marín, Estudiante de doctorado en el Área de Psicobiología, Universitat Jaume I
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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